La palabra, se pronuncia, se escribe o se lee. De hecho, la palabra es representativa de un concepto, idea o sentimiento cuyo manejo fónico puede convertirla en un poder, tan especial, que arrasa realidades. O también, en la caricia que aviva la suspicacia que enamora o consiente una intención. Incluso, su capacidad de adaptación hace de ella el héroe de cualquier campaña bélica. Por eso, en la palabra se tiene el hito que simboliza la vida en todo su quehacer.
Con la palabra se esculpe cuanto simbolismo interpreta al mundo frente a todo significado posible. Tanto es así, que la palabra puede imponerse sobre aguerridos embates, propios de cruentas guerras. Aunque también, su empleo participa en la traducción de esperanzas y fantasías. Particularmente, en arrastrar locuras al igual que para fundamentar la razón necesaria que circunscribe circunstancias que impulsan realidades.
¿Qué afecta la palabra?
Sin embargo, a pesar de todo cuanto describen las realidades, la palabra se ha visto atropellada por condiciones inhabilitadas por la oralidad. Son situaciones ausentes del palabreo que busca armonizar deseos e imploraciones con tiempos henchidos de generosas intenciones, ponderados paradigmas y apoteósicos idearios. Pero que, por las coyunturas dominantes, esos tiempos no se tienen, ni se ven.
Disertar sobre el temario que configura una sociedad “muda”, no pretende arremeter contra el parco, incompleto e incongruente palabreo que expone quién utiliza la palabra para una sana comunicación cotidiana. Tampoco, estas líneas, buscan cuestionar la brecha que a dicho respecto, ha venido abriéndose a medida que el tiempo ha avanzado en lo que va de siglo XXI.
Mientras la singular semántica se ha distanciado del legítimo propósito de aproximarse al “oropel retórico” que caracteriza toda realidad eximia, la población “de a pie” sigue hurgando entre anacronismos idiomáticos, fórmulas mediáticas orales para alabar equivocaciones que han adquirido alguna resonancia. Y que además sus efectos han popularizado maneras fáciles de pertenecer al actual “vanguardismo desechable” que hoy ocupa posiciones de poder en cuantas organizaciones corsarias existen.
La palabra en el fondo de las realidades
Hoy, las realidades parecen estar reunidas en modo: “quincallas de calle”. Es ahí, donde las charlatanerías están a la orden del día. Especialmente, en medio de todo lo que suene a política. Y como la política lo cunde todo, desde el encuentro de dos personas al de millones, entonces el problema ocupa la totalidad de toda realidad o contexto humano.
La charlatanería, asociada a la chismografía, se ocupa de darle cuerpo a la palabrería ambulante, de ocasión o de oficina. Tan mundana variedad, oscila entre dos límites. El de la pedantería y el fanatismo. ¿Pero por qué, la pedantería? Porque toda verbosidad presumida caracteriza la verborrea de un “sabiondo” o pedante quien por hablar (de más) pone de manifiesto la suficiencia (insulza) y la jactancia (atrevida). El mismo, actúa creyéndose superior a otro. Razón por la cual, sus presunciones lucen exageradas. De hecho, el Diccionario de la RAE, refiere que la pedantería constituye “el modo de una persona actuar engreidamente y que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad”
¿Por qué, el fanatismo? Porque quien actúa con fanatismo o con intransigencia, se comporta como un adicto desmedido de creencias u opiniones que defiende con intolerancia. No considera ideas distintas a las suyas. El fanático disfruta de la cháchara “vulgar u ordinaria” por causa de su ignorancia o ingenuidad, lo cual hace que fije su postura “mediante la agresión o juzgando a los demás como sacrílegos”. Es una persona sin alegatos convincentes, ganado a la repetición insaciable de consignas dogmáticas.
Al cierre
En fin, no hay duda que existen realidades excitadas por serios apremios que traban sus potencialidades de desarrollo. Es el problema que exhibe una sociedad enmudecida. Particularmente, debido a graves insuficiencias teóricas que, el poder político, presume superarlas con aislados argumentos estructurados en la improvisación del ejercicio, del pragmatismo y de la mera instrumentalización del trabajo.
Igualmente, por razones que revelan gruesas incapacidades para revertir el deterioro creciente de la economía. Todo ello provoca sacar de contexto político, cuantas incoherencias e incontinencias verbales configuran la cotidianidad. Y por ello, arrastran un sistema político con ínfulas de democracia, al sumidero.
Cabe entonces afirmar que la palabra mal empleada hace ver que la entrada a la tercera década del siglo XXI, sigue distante. Y tan trascendente problema, lamentablemente constituye la mayor de las pobrezas que puede padecer una nación que dice preciarse del sistema político en ejercicio.
He ahí el riesgo que pone peligro las fortalezas y oportunidades de una sociedad pero que, ante el comportamiento de una población atiborrada de obesas angustias y desproporcionadas trabas de toda índole, se convierta en la exacta réplica de una sociedad “muda”.
Antonio José Monagas










