Antonio José Monagas: ¿Nuevo orden o desorden mundial?

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Antonio José Monagas: ¿Nuevo orden o desorden mundial?

La vigente dinámica sociopolítica que a nivel mundial está dándose, está induciendo novedosos cambios. Cambios tan evidentes y significativos, que de sus consecuencias podría decirse que los mismos intentan dar muestras de situaciones que, angustiosamente, pretenden alinear el mundo presente con un nuevo modelo de articulación en todos los sentidos. O sea, una relación entre realidades que buscan marcar un nuevo orden. Un orden definido por una particular Agenda que, según la Organización de las Naciones Unidas, ahora dominada por poderes políticos y económicos estremecidos por “tormentosos intereses”, propone reorganizar el mundo de acuerdo a planes aberrantes.

Es propio advertir que la narrativa que signa esta disertación, pauta un tema el cual es revelador de cuánto la historia ha perfilado repetidas veces los cambios en curso. Justamente, es el problema a tratar.

Aunque, tratándose de cambios que pretendan la instauración de un nuevo orden mundial, el problema que las siguientes líneas buscará revisar, no resulta fácil de desentrañar. Según palabras -aún efectivas- del ensayista y filósofo francés Paul Valéry citadas por el periodista Claude Julien, del medio francés Le Monde: “dos asuntos amenazan al mundo: el orden y el desorden”.

Vicios de fondo

La idea que la ONU se ha propuesto adelantar y que ha denominado Agenda 30-30, pareciera haber sido pensada al amparo de objetivos absurdamente contrariados. Quizás, habría sido inconcebible, reconocer la necesidad y presunta lógica de los propósitos conjurados por la susodicha Agenda, una veintena de años atrás. Ni siquiera, podrían justificarse como hechos engendrados por los súbitos y crudos acontecimientos que una vez delinearon al mundo. Como fueron, entre otros las tensiones de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín, el impacto del Sida o los atentados del 11 de septiembre en Nueva York. Aunque ciertamente, todo ellos persiguieron propósitos relacionados con cambios de poder. Con la necesidad de derribar o sustituir poderes públicos o de exigir reforma de leyes fundamentales.

No podría dudarse que tales acontecimientos, representaron manifestaciones de conflictos entre tradiciones y expresiones de la modernidad. O de problemas que siguen suscitándose por la diferencia entre ideologías y praxis de gobiernos.

A pesar de que, casi dos siglos de ejercicio democrático y constitucional ininterrumpidos, han evidenciado cierto acato a libertades capitales y derechos humanos primordiales, como para presumir alguna decencia en la formulación de los objetivos de la Agenda 30-30. Acá habrá que aceptar el cuestionamiento que buscan apuntalar las líneas de esta disertación toda vez que la propia historia fungirá como razón para acusar el carácter contradictorio expuesto en el contenido de la dichosa Agenda 30-30.

Dudas que rebasan situaciones

Cualquier realidad que luzca como ámbito de los cambios perseguidos por la ONU en su retorcida Agenda, a decir por los avatares observados en los tiempos presentes, dan cuenta de supuestos cambios que tienden a pronosticar transformaciones, o que mejor podrían llamarse “alteraciones”, no hablan nada bien de lo que dichos cambios plantean.

Es así como dichas transformaciones pretenden dominar al mundo bajo la égida de un único gobierno para lo cual presumen del propósito de disfrazar todo cuanto sea posible oprimir con la fabricada excusa de conseguir que el ser humano se beneficie en lo posible al hacer que todo bien sea común en términos de sus resultados. (Craso problema)

Es un papel difícil y costoso, lo que pretende llevarse a cabo con la forzosa justificación de alcanzar 30 objetivos cuyos enunciados. Aunque su narrativa busca persuadir dificultades y dudas que atasquen cualquier impedimento de rebasar tan fantasiosa realidad. Ni siquiera, la gastada descriptiva de la pandemia padecida por tantas personas, que incluso puso en “jaque” medidas y propuestas declaradas por distintos gobiernos, ha podido frenar la aventurada intención expuesta por dicha Agenda. Además, repetida por gobiernos sin análisis crítico alguno. Ahora quieren incluir en el discurso “agendario” de la ONU, el hastiado cuento del “cambio climático” como oratoria suplente de la perorata pandémica.

¿Enredo o discurso gastado?

Aunque sus análisis incentiven realidades que, por improductivas, puedan prestarse para acercarse a tan ridículos cambios, tan manida Agenda sirva de bandera a fines más económicos que políticos toda vez que la historia evidencia esfuerzos en esa misma línea de cambios que no alcanzaron la meta trazada.

Por ejemplo, podría hablarse del objetivo “civilizador” de la Pax Romana cuyo proceso se vio chocado por las circunstancias que dominaran la época de entonces. Tampoco lograron resultados plausibles, la intención que configuró el proyecto “armonizador” de la Pax Británica. A pesar de haberle brindado cierta estabilidad productiva a la humanidad. Especialmente, desde la caída de Napoleón hasta la Primera Guerra Mundial.

Cualquier propuesta que gire alrededor de objetivos que demanden cuantiosos factores de inversión que, indiscutiblemente son de difícil consecución y embarazoso manejo, no es soportable para ningún grupo político ni económico.

No es ninguna panacea

Aun cuando lo escrito hasta acá, revele serios tropiezos que traben cualquier Agenda que pretenda establecer un gobierno de extendida base geopolítica y militar, con la excusa de superar problemas aclimatados a estructuras organizadas de producción, es posible que algunos objetivos puedan alcanzarse en beneficio de un orden “justo” deseable para todos. Bien pudiera pensarse en un mundo cuyo poder militar esté significativamente reducido. Y por tanto, establezca un modelo de seguridad que insista en la coexistencia pacífica a todo dar. Asimismo, objetivos que, en materia económica, persigan formas de cooperación con garantías de cumplimiento precisas y efectivas. Y en lo político, ordene pautas de convivencia democrática.

De manera que todo intento es esté a la orden de ideas pluralistas, no busque pretextos para imponer intereses privados a costa de cuentos de estropeada figuración maniquea, como ha sido el problema del “cambio climático”

Las diferencias políticas o económicas de países no deben considerarse cuales insalvables murallas para cualquier gobierno que se permita aparejar su dominio en equilibrio, con el de otras estructuras nacionales. De manera que determinar que, con demostrar solamente ventajas incomparables y únicas, por un gobernante revestido de una engreída soberbia, deja ver simplemente un modo “barato y grosero” de esquivar -con base en infundadas brechas territoriales, estrategias que podrían actuar como medidas capaces de aglutinar intereses y capacidades- posibles diligentes ideas que pudieran servir para mancomunar países de distinta factura política, económica, social y cultural.

Inferencias de cierre

No es tan sencillo configurar arreglos que fusionen transformaciones de mutua conveniencia, como pudiera creerse. Sobran dificultades que encarecerían logros pretendidos en aras de efectivos y eficientes objetivos de común razones.

Cualquier previsión de futuro, debe ser debidamente analizada con base en la ecuanimidad, la justicia y la equidad. Cualquier “torrente de cambios, podrían ser confusos en sus raíces por cuanto escaparían a toda posibilidad de previsión.

Consustanciar situaciones que manejen comedidamente sus equilibrios de poder, no está exento de problemas. Tampoco lo es ordenar un cambio sin el respaldo suficiente de una afianzada institucionalidad. Por eso, cualquier intención en la onda de cambios que tiendan a compensar libertades, garantías y derechos adeudados, es caer en el error seguro de pautar, decretar o establecer un ¿nuevo orden o desorden mundial?

 

Antonio José Monagas

 

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