Alexander Cambero: La piel del tigre

Comparte esta noticia:

Alexander Cambero: La piel del tigre

Un largo camino por polvorientos senderos en la vía sagrada de los elefantes. Las jirafas corrían torpemente con un grupo de avestruces que desandaban sobre una colina, donde los rayos del sol resplandecían como cuchillos en las manos de un asesino. Un ambiente electrizante se fijaba en los ojos visitantes; abstraídos, quedaban maravillados ante el imponente marco. Cada vez más cerca de Etoscha, el peligro iba incrementándose cuando se aproximaban los felinos. Leones sobre la explanada, antílopes que partían desesperados ante las embestidas de tigres hambrientos. Un estrecho paso donde unas hienas devoran violentamente a un rinoceronte muerto. Las aves de rapiña aterrizan violentamente para pelearle el manjar a los carroñeros. Un espectáculo dantesco de supervivencia. Es la cruenta lucha por lograr defenderse de los múltiples enemigos. Son tantas las dificultades que se presentan que la lucha animal es la misma que atraviesan los hombres en la firme tarea de no perecer. En África el mundo se detuvo en el primitivismo, las injusticias dejaron a pueblos arrasados como quienes despedazan al rinoceronte.

 

Decidieron recuperar fuerzas para emprender los recorridos. Con los guías tocaron algunas extensiones con una gran cantidad de fieras salvajes. La cercanía preocupaba a Catherine Arrows. Las medidas de seguridad eran demasiado primitivas. Tres hombres con varas largas no eran un repelente eficaz para un ataque de un animal salvaje. El siguiente día llegaron hasta un pequeño desierto donde existía un pueblo nómada. Los coloridos bailes sobre serpientes y fuego. Tamboriles de piel de ciervo para celebrar sus deidades colocadas sobre piedras ardientes. Danzan jóvenes y viejos sobre mambas negras altamente venenosas; los leones rugían como incorporándose a la fiesta; a los visitantes los vistieron con túnicas y taparrabos rojos y azules. El desierto se llena de magia. Las serpientes se rebelan contra el abrazador fuego que viene decididamente por ellas. Los escudos son bañados con la sangre de sus sacrificios. Arenisca amarilla como un manto sobre capas resguardadas de altas temperaturas. El éxtasis al beber la sangre de las víboras carbonizadas. Se elevan al cielo los sacrificios, la fiesta sigue y la expedición regresa sin sobresaltos. Por el camino tribus que caminan con vasijas de barro sobre sus cabezas. La tierra de las calaveras de Otjiwarongo es un valle en el triángulo de oro de Otavi; aquí la muerte se enseñorea a cada paso. Las guías señalan tumbas de hombres decapitados. El miedo comienza a jugar partido en los expedicionarios. Un enorme tigre tan blanco como las nieves del Ártico destroza a la expedición y acorrala a Catherine Arrows, obligándola a esconderse en una cueva. El portentoso animal es ahora su carcelero. Comienza una verdadera batalla entre dos fuerzas que se enfrentan en el continente.

 

Cuando el sueño vencía su resistencia escuchó disparos. Creyó que era producto de su imaginación; varios días sufriendo horrores hacen que el espíritu se refugie en el último peldaño de la fe; sin embargo, las balas seguían escuchándose en las cercanías de la cueva. La losa tembló cuando el cuerpo del impresionante felino cayó con todo su peso. Inmediatamente, se multiplicaron las voces y cesaron los reiterados proyectiles. Fue así como la vida volvía para recogerla de un destino incierto. Su alma se llenó de fuerzas para luchar, nunca claudicó ante el peligro, y allí estaba el triunfo de no rendirse ante nada, de jamás claudicar, sin importar el nivel del reto que se presente. Son sus profundas convicciones las que la impulsaron a permanecer. Su coraje respiraba en dos corazones unidos por una forzada separación, que paradójicamente las unía desde el punto de vista espiritual. En la batalla anímica, la manada no la resistió; quien presentó ardua batalla yacía inerte, como reconociendo su derrota con la dignidad del agreste paisaje africano. Los hombres la sacaron de la cueva, la consiguieron de pie. La sorpresa fue mayúscula cuando la encontraron con gran vitalidad después de once días enterrada en una cueva. Lo primero que hizo fue abrazarse con el tigre. Acarició aquella piel áspera de sus innumerables batallas. Un precioso animal tan blanco como la nieve del Ártico que tenía el hálito de la jungla. Su alegría fue mayúscula cuando le informaron que estaría bien. Un potente somnífero lo dormiría por horas. Estuvo recostada sobre el animal durante muchos minutos; era como si persiguiera descubrir los secretos ocultos de la prodigiosa tierra negra. Los nativos que acompañaron a la expedición estaban extasiados al verla abrazarse con el más fiero de los guerreros de piel salvaje. Tocó sus garras como cuchillos capaces de cortarlo todo. Abrió su boca para mirar sus colmillos. Catherine Arrows le habló al oído: «También sabes amar, me lo dice tu corazón; tu ternura la defiendes con tus garras». Gracias por ayudarme a vencer.

 

Todos estaban atónitos al ver semejante imagen de cariño. Una tribu se acercó para presenciar la escena. Que una mujer distinta de sus etnias se encuentre con el alma africana la convirtió en uno de ellos. Después de asegurarse de que llevaran al felino a un lugar donde pudiera recuperarse, se acercó hasta el campamento portátil para comer algo. Su mirada tenía un brillo esperanzador. Comenzaba la búsqueda interior en su propia jungla. Resistir hasta descubrir toda la verdad de su origen, conseguir que la vida le regale ese pedazo de historia extraviada, que anda en lugares que irá descubriendo con el paso del tiempo; para ello contará con la brújula de su corazón. En la cueva comprendió que sus misterios ya no tienen el color de la sepultura, que algo le dice que su madre no es un recuerdo de lágrimas, sino una esperanza de vida. Los latidos de sus entrañas insobornables estaban auspiciando la más hermosa de las epopeyas. Encontrar la génesis de su historia de páginas abruptamente arrancadas por el martirio de unos desproporcionados celos la motiva para impulsarse por mayores peligros que África. La selva de mentiras no tiene tribus danzantes de colorido ropaje, solo viste de apariencias más peligrosas que caminar por senderos donde ejercen dominio las serpientes y escorpiones negros. El veneno del ardid es mayor consumador de vidas que la agresión animal cuando defiende su territorio. Catherine seguía observando el paisaje. En el campamento se refugió del intenso sol reinante; era abrazador aquel contexto que se tragó a sus amigos. Ella entendía que penetrar estos sagrados santuarios era levantar a quien resguardaba su templo. Los nativos creían que estaba en todas partes. Que el inmenso tigre era la vájana de los dioses. El vehículo, entre la vida y la muerte.

@alecambero 

Captura de pantalla 2025-12-05 182950

Las opiniones emitidas por los articulistas  son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve