Alexander Cambero en una historia japonesa

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Alexander Cambero en una historia japonesa

Los efluvios maravillosos del humeante té parecían acariciar los bordes de una luna rojiza. En el aproximar de las nubes luctuosas, la señal de una batalla como no hubo otra igual. Las noches se cortaban con las filosas katanas. Vestidos con trajes oscuros y coloridas máscaras, estaban los samuráis sobre el valle de los cinco lagos, teniendo de fondo al monte Fuji. Aullaban los lobos grises mientras la manada observaba atentamente el pletórico horizonte decorado con cadáveres descabezados.

La sangre corría para llenar los senderos que se convirtieron en pesar. Los guerreros no declinaban, la furia se anidaba en sus venas, como pequeñas crías de cuervos se protegían. Avanzaron buscando decapitar a sus adversarios como una prueba de honor. Las luchas no solo eran por imponer su poderío, implícitamente jugaba un papel fundamental el sello imperecedero de una casta.

Japón es el abecedario de la dignidad que bajó a los abismos para renacer como la flor de la sakura. Basándonos en el sortilegio de la primavera donde resplandece como diadema el cerezo, contaremos una bella historia de esas que estremecen el corazón. Una distancia tan grande entre la tierra del sol naciente y nuestra cálida Venezuela, logra entrelazarse en un destino coincidente por obra y gracia del azar tecnológico.

La poetisa japonesa Yunko Ikisawa nos ha sorprendido con su espléndida generosidad. Siendo alumna de idiomas internacionales en la Universidad de Tokio, escogió estudiar castellano. Quería conocer no solo la lengua española, su interés era descubrir los alcances de la misma en América. Nuestro Continente le llamaba poderosamente la atención. Se graduó con altos honores, y su trabajo de tesis logró la mención publicación. Gracias a ello fue seleccionada como profesora de esa acreditada casa de estudios.

Su dedicación al trabajo académico logró la admiración de sus exigentes colegas. Se involucró tanto que escuchaba música de diferentes países de este hemisferio hasta que se decidió abiertamente por Guaco. Venezuela robó su atención hasta el punto de pasar meses estudiando su historia, costumbres y tradiciones tan diametralmente opuestas a su formación.

Fue así como revisando redes sociales dio con algunos trabajos nuestros. Los publicó en el periódico Nikkei Shibum con un tiraje diario impresionante. Cuatro días después pudimos conversar. Una diferencia horaria de trece horas desacoplaba un tanto la forma de dialogar. Varios mensajes vía Facebook fueron el contacto inicial. Una llamada telefónica de WhatsApp hizo más formal la comunicación.

En Google pudo encontrar mucho material escrito por nosotros. Hizo una búsqueda de varios años hasta crear un perfil. A su correo le envié cuentos, crónicas, artículos y reportajes. Igualmente, obtuvo mi novela Aquella Mujer comprándola en Amazon.

Sus comentarios sobre nuestra trayectoria periodística es algo que me llena de honda satisfacción. Averiguó mis dos postulaciones al Premio Internacional Simón Bolívar, el más importante galardón periodístico de Colombia. Encontró publicaciones en diversos países y contextos.

Nos habla con una emoción tan grande que al principio dudaba que estuviera departiendo con el autor. Me fue inquiriendo cosas mientras le iba preguntando por la rica historia nipona. Impresiona la manera respetuosa de dirigirse. Una educación bien atinada.

Me ofreció excusas por publicarme sin consultarme: «¿Cómo le hace para construir historias utilizando un lenguaje tan hermoso y diferente al resto de sus colegas?» Pregunta una y otra vez.

Me indaga sobre técnicas comunicativas que no son otras que amar aquello que nos apasiona, leer mucho y escribir todos los días te da herramientas, pero tienes que sentirlo como el primer día. Ser distinto hasta lograr un sello característico. Que el lector te escoja por encima de todas las opciones que brinda hoy la instantaneidad es el gran triunfo de un escritor.

Nos agradó cuando me dijo que éramos de sus autores favoritos. Que le brotaron «Lágrimas» al leernos en japonés. Que iba a seguir publicándonos en diversos medios de su país. Su intención es organizar un encuentro con pensadores latinoamericanos en conjunto con intelectuales japoneses. Un hecho inédito que puede contribuir para aproximar dos mundos tan distintos.

A las once de la noche Yunko Ikisawa sale de la universidad para tomar el tren, la ciudad está llena de luces fosforescentes que dan una sensación de bienestar. Las locomotoras son prototipos altamente veloces que se desplazan como una especie de serpientes electrónicas que parecen desafiar lo inimaginable. Todo lo maneja un sistema electrónico con un nivel de alcance supersónico. Es la tecnología inteligente al servicio de lo cotidiano.

Una ciudad cosmopolita con un desarrollo vanguardista asombroso. Sin perder el espíritu original de su pasado lo que la hace sumamente seductora, el desafío es impedir que la máquina desplace al hombre. Esa es la lucha de la intelectual japonesa.
Por ello utiliza el kimono cuando viaja a ver a sus padres al barrio de Asakusa. Allí se encuentra el templo Senso-ji, el más antiguo de la capital. Su historia es mitológica. En el año 628 dos pescadores lanzaron sus redes durante toda la noche sin lograr nada. En las postrimerías del agotador esfuerzo, sintieron algo pesado, que les costaba levantarlo, su emoción fue mayúscula cuando de las redes surgió una antiquísima estatua de la diosa de Kan non, la deidad de la misericordia para los budistas.

Llegaron alborozados a la pequeñísima comarca. El patriarca Jefrui decidió convertir su inmueble en un templo para honrarla. De estas raíces proviene ella. Siente un gran amor por sus antepasados. Sus padres son la herencia de los que han resguardado el templo por siglos.

Un poco agotada se recuesta sobre el cómodo asiento reclinable de color violeta. En su morral lleva un shukopan con mermelada de naranja. Es el alimento que suele comer después de terminar su jornada pedagógica. La estación de Shinagawa es un desbordamiento de personas apretujadas.

Allí esperará pacientemente para llegar a casa, mientras tanto escucha a Guaco por enésima vez con la misma fascinación del descubrimiento. Me confiesa que algunas veces lee mis poemas al ir plácidamente en unos trenes que parten en gran velocidad.

Observa por la ventana el desenfado de Tokio. Mientras sueña con una Venezuela que, sin conocerla, le robó el corazón.

 

Alexander Cambero

 X: @alecambero

 

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