Los recuerdos son como las luces que emanan de las luciérnagas. Son fugaces formas de llevar una pequeña luz que la oscuridad arropará. Así es cuando pensamos en aquellos que han partido. Nos queda un vacío que trae las vivencias de lo pasado. Hace algunos días murió en su Barquisimeto el colega periodista Luis Rodríguez Moreno. Un ícono comunicacional de la región. Un ser que dictó cátedra durante sesenta años de ejemplar ejercicio.
Cuando llegué para hacer mis pasantías profesionales en el diario El Impulso tuve un cúmulo de sensaciones. Estaba en las entrañas del periódico donde mi padre me enseñó a leer. Fueron pasando las semanas hasta que un buen día Luis Rodríguez Moreno me interceptó en un pasillo para indicarle que le gustaba mí forma en qué escribía. Qué tenía audacia para encarar las informaciones. Recuerdo que me hizo hincapié en que ejerciera el periodismo con principios y dignidad, que los lectores eran jueces severos que dictaban sentencia cada día. Qué ese compromiso era irrompible, un motivo para crecer cada día.
Nos tomamos un café y escuché sus consejos. Frente a mí estaba una verdadera leyenda del periodismo. Su enorme trayectoria lo hizo merecedor de innumerables reconocimientos, pero fundamentalmente el de un público que lo transformó en una referencia obligatoria en el estado Lara.
Hablamos de una serie de temas para desde ese día sembrar una amistad que se mantuvo hasta el último día. Tenía el garbo de los predestinados. Sus palabras eran un viaje por conocimientos y sitios que había vivido en sus emocionantes periplos. Un universo enciclopédico de anécdotas que discurrieron sobre las olas de las palabras que brotaron sobre la epidermis de tantas jornadas. Un álbum de episodios narrados con la amenidad de quién sabe armonizar con cada frase. Festivo como una tarde de toros. Su muerte causa dolor en nuestra sociedad. El periodismo pierde un soldado reluciente de las letras. Un hombre hecho para la eternidad.
Alexander Cambero
X: @alecambero