Hoy más que nunca somos seres en tránsito y los aeropuertos cobijan nuestros desplazamientos por el mundo. En este momento hay 2.300 en construcción o ampliación, proyectos millonarios de inversión, cantidad de pasajeros y puestos de trabajo. La ecuación es directamente proporcional: más personas en tránsito, más y mayores aeropuertos. Y tiene muchos ceros. Según el último reporte de la Organización de Aviación Civil Internacional, los desplazamientos anuales con fines de negocios y turismo ascienden a más de tres mil millones de pasajeros por año. Las proyecciones para 2030 duplican el número.
Para el arquitecto holandés Rem Koolhas, ganador del Premio Pritzker y uno de los más influyentes de esta época, los aeropuertos tienden a una mayor autonomía. “Aumentando de tamaño continuamente, dotados cada vez con más equipamientos no relacionados con viajar, están en vías de reemplazar a la ciudad. Estar ‘en tránsito’ se va convirtiendo en una condición universal. Todos juntos –los aeropuertos están poblados por millones de habitantes– suman la mayor fuerza de trabajo diaria”, escribió en su libro La ciudad genérica .
Cada vez son más autónomos. Pequeñas ciudades en las que se celebra la poesía del espacio y la luz. Ya no son ciudades-aeropuerto sino aeropuertos-ciudad. Hasta se inventó un concepto para nombrarlas: aerotrópolis , una clasificación urbana y social. Los nuevos aeropuertos se piensan con ciudades satélite que los alimentan y se alimentan de ellos. Espacios inteligentes. Aeropuertos-ciudad altamente competitivos, eficientes, atractivos y, fundamentalmente, sostenibles. En las aerotrópolis, el aeropuerto es el centro alrededor del cual gira la infraestructura y economía de la ciudad. Una ciudad dinámica y ahistórica en la que se privilegia el concepto de red aplicado a espacios públicos hiperconectados, diseñados para obtener mucho sin alejarse más de quince minutos del aeropuerto.
Esa idea acompaña el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México a cargo del arquitecto inglés Norman Foster, que será el más grande de América. Tendrá una ciudad de servicios y comercio con un terreno urbanizable en el que vivirán los empleados del aeropuerto y habrá hoteles, restaurantes, centros de conferencias y negocios, parques y áreas comerciales.
“Existen esos aeropuertos que te hacen sentir mejor, y existen esos aeropuertos que cuando llegás tu corazón se hunde: no ves la hora de salir de ahí. Ambos funcionan como aeropuertos, pero son las cosas que no podés medir las que los hacen diferentes”, declaró Foster.
Los aeropuertos se preparan para ser el nuevo centro de las urbes. Según John Kasarda, director del Centro para el Comercio Aéreo de la Universidad de North Carolina y desarrollador del concepto de aerotrópolis, “los aeropuertos darán forma al comercio y al desarrollo urbano en el siglo XXI, tal como las autopistas en el siglo XX, los ferrocarriles en el XIX y los puertos en el XVIII”. Aeropuertos como paradigma de crecimiento smart .
Mientras se instala la idea, la construcción no se detiene. En Santiago de Chile comienza el año próximo el trabajo en el Nuevo Pudahuel, que pretende posicionar el aeropuerto trasandino entre los cien mejores del mundo.
La nueva terminal aérea de Estambul estará a 35 kilómetros de la ciudad y duplicará la capacidad de Heathrow (Londres); en Berlín se trabaja para terminar –en 2017– el Willy Brandt, el aeropuerto que servirá a la región Berlín – Brandenburgo. Etiopía está en la mira como gran centro de conexión del continente africano y ya se baraja el lugar para el futuro aeropuerto de Addis Abeba. Y en los últimos años, los países ricos del Golfo Pérsico se constituyeron como el nuevo hub aéreo (centro de conexión del que llegan y salen vuelos de larga distancia con aviones de gran capacidad) que crece con el objetivo de llegar a 2020 con un tráfico que supere los cuatrocientos millones de pasajeros. Sus principales aerolíneas –Emirates, Eithad y Qatar Airways– se cuentan entre las que más rápido crecen en el mundo.
Antes del Mundial 2022 de Qatar se concluirá el proyecto de la ciudad aeropuerto HIA, cuatro distritos circulares adyacentes al Aeropuerto Internacional de Doha donde vivirán doscientas mil personas. Pronto terminará la construcción del Aeropuerto Internacional de Abu Dabi. En 2014 Al Maktoum, la terminal aérea de Dubai, batió un récord y, con 70 millones de pasajeros, se convirtió en el aeropuerto con más tráfico del mundo. El gobierno de Dubai estima que en 2020, el 37,5 del producto bruto interno provendrá de la industria aeronáutica, que garantizará más de 700 mil puestos de trabajo.
Meses atrás caminé por el Aeropuerto Internacional de Beijing y era tan grande que parecía que no encontraría nunca la salida. Atravesé salas enormes, subí a un tren, descansé en una cinta transportadora, tomé un ascensor, volví a caminar por salas enormes y tuve la sensación de estar siempre en el mismo lugar. O no lugar. A la noche, en el hotel, leí que en 2018, cuando se terminen las obras al mando de la reconocida arquitecta iraní Zaha Hadid, Beijing tendrá el aeropuerto más grande del mundo con casi un millón de metros cuadrados.
Cientos de camiones, millones de obreros, toneladas y toneladas de hierro, picos, palas y la idea de una construcción que, igual que el Aeropuerto de Beijing, parece que no terminará nunca. Algo así se cuenta en Interior con paisaje , el relato del escritor Han Dong que integra la antología Después de Mao. Narrativa china actual , publicado recientemente por Adriana Hidalgo. Se habla de una ciudad continuamente en obra, “Que nadie espere el día en que el alcalde anuncie el fin de los trabajos, el día en que bajo el cielo azul ya no llegue el ruido de martillazos”. Se habla de un proyecto grandioso que necesitará varias décadas, incluso siglos y milenios para concretarlo. Y cuando esté a punto de concretarse comenzarán a derrumbar los edificios y a dar vuelta todo. “De esta forma, los sublimes obreros tienen asegurado su pan para siempre”.
El boom de los aeropuertos tiene una raíz menos social y más económica, pero es difícil ver el final de la obra.
Fuente: revista enie