Hace algunas semanas, en esta misma columna, relaté mi experiencia de una conversación casual en Miami con un señor que se quejaba por el alto precio de la gasolina. Cuando intenté explicarle que ello era debido a la existencia de una guerra en Ucrania cuya consecuencia era el aumento mundial del precio del petróleo, el señor respondió que esa guerra pudiera ser justa pero que no tenía que ser él -un trabajador y contribuyente norteamericano- quien tuviera que pagar por eso. De allí concluí que el típico estadounidense aislacionista expresaba un sentimiento bastante extendido que –de paso– era aupado y explotado por la campaña del candidato Trump que, en definitiva, ganaría la elección de noviembre pasado.
Diversas variantes de ese razonamiento eran y son populares en Estados Unidos, por lo cual no es raro entender que las mismas pudieran causar malestar en parte de la población.
La semana pasada, durante la celebración de la Cumbre de la Seguridad celebrada en Munich, ya era previsible que el gobierno de Washington, por boca de su vicepresidente J.D. Vance pronunciara un discurso que, evidentemente, fue tan extremadamente claro y duro que no provocó muchos aplausos.
En dicha intervención el Sr. Vance reflexionó acerca del histórico desequilibrio entre la contribución norteamericana y la europea al presupuesto de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Recordó que la Europa de hoy, próspera y rica, no es la de 1949 cuando se firmó el tratado de su creación y que como consecuencia era necesario volver a repartir las cargas de manera más equitativa. Hoy la organización, que cuenta con 30 países europeos y 2 americanos (Estados Unidos y Canadá) constituye la mayor garantía defensiva ante un posible ataque militar ruso, por lo que debe ser financiada con una contribución económica fijada hasta ahora del 1,5% del PIB de cada miembro. En la actualidad tal aporte debieran subirlo a 5% dada la volatilidad de la situación mundial. Por la misma razón, Vance advirtió que quien no pague su cuota no podrá invocar ni gozar del escudo protector de la alianza, especialmente hoy cuando Rusia ha emprendido un curso de expansión territorial frente a Ucrania con la vista puesta ya en el próximo objetivo que bien pudiera ser Moldavia u otro. La incredulidad por lo escuchado se reflejó en muy escasos aplausos y en la apuradísima convocatoria de emergencia hecha por el presidente Macron de Francia, llevada ya a cabo en París, para buscar qu´ñe hacer ante la nueva y desconcertante realidad, especialmente entre los países que tienen frontera terrestre con Rusia (Lituania, Estonia, Latvia, Polonia, Finlandia etc.) y muchos otros que dependen del suministro energético ruso (Alemania, Suecia, Hungría y hasta España).
El punto en cuestión es determinar si contener a Rusia es tarea de todos, incluyendo también a Estados Unidos.
Europa quedó, no muy sorprendida, pero sí en estado de shock cuya digestión apenas ha comenzado.
El segundo tema que sacudió no solo a Europa sino al mundo es el “salto de talanquera” protagonizado por Trump, que en cuestión de días decidió abandonar a Ucrania y a su presidente Zelenski, que de un día para el otro pasó de ser un demócrata apoyado por 80% de sus compatriotas a convertirse -según Trump- en un dictador y agresor. Entretanto, Rusia, en el nuevo relato, es la agredida y Putin pasó de ser el malo a ser el bueno en una confrontación en la que -afirma el presidente de Estados Unidos- van ya “millones” de muertos. Es así que, de golpe, se le pretende cobrar a Kiev la ayuda militar norteamericana brindada apelando a la firma de unos contratos que comprometerían la mitad de la producción mineral de Ucrania, rechazados ya por el hasta ahora “modesto comediante» (Trump dixit) devenido en presidente y recibido con respeto y admiración en todas las latitudes. Zelenski se ha transformado en un pasivo que no podrá siquiera presentarse en la mesa donde se negocia la integridad y futuro de Ucrania y también su incorporación en el bloque occidental o en la órbita rusa.
Hoy no es 1945, cuando al final de la II Guerra Mundial los vencedores decidieron en Yalta el presente y futuro de millones de personas a quienes tampoco se consultó de cuál lado de la Cortina de Hierro querían estar.
Adolfo P. Salgueiro
apsalgueiro1@gmail.com