Gustavo Petro marchó el Primero de Mayo al lado de los trabajadores. Se sumó a la jornada en la Carrera Séptima con 19 y caminó hasta una atiborrada plaza Bolívar, en el corazón de Bogotá, donde pronunció un discurso que ya está en el centro de la polémica. Los fieles al mandatario celebran su participación en la consabida jornada de protesta de todos los Primero de Mayo. Petro es el legítimo presidente de Colombia, pero nada justifica su presencia en una actividad organizada por sindicatos que se declaran libres e independientes del Estado y de las empresas.

Habló durante una hora en una concentración que no era suya y cuyo sentido es reclamar al Ejecutivo y al ámbito patronal, público y privado, las reivindicaciones que expresan el sentir y las necesidades de los trabajadores. Petro estaba urgido de responder a las atestadas manifestaciones en su contra que se produjeron en diversas partes del país el pasado 21 de abril. «El presidente dividió al país en razas y clases en pugna, se despachó contra todos sus opositores relevantes y deslegitimó las marchas de la oposición (…) que fueron masivas. También propuso la constituyente como el camino para un ‘acuerdo nacional’, pero bajo sus términos y condiciones», resume el portal La Silla Vacía la intervención del mandatario.

La revista Semana, que atiza desde la banda contraria a Petro, escogió diez de sus frases «impactantes y agresivas». Varias de ellas fueron: «Si intentan un golpe (…) el pueblo recuperará la democracia», «Mañana (por el 2 de mayo) se romperán las relaciones con Israel»,  «Hay ministros y ministras que aún les da miedo», «No les gusta que no me llame Ospina, que no me llame Lleras, que no me llame Santos» (la guerra contra los apellidos va de una frontera a la otra) y «esa bandera (la del M-19) no se guarda y no se esconde, se levanta».

Días antes de la marcha, un artículo en la revista Cambio de María Jimena Duzán, una de las periodistas más destacadas del país vecino, Premio a la Valentía en el Periodismo (1990), advertía que «el país estaba listo para Petro, pero él no estaba listo para el país». Una frase que condensa en muy pocas palabras el giro de Gustavo Petro y de su administración, desde la asunción del poder el 7 de agosto de 2022 hasta estos días amargos, en que su verbo se vuelve confrontacional mientras su agenda reformista tropieza más con sus propios errores que con la resistencia de una sociedad que lo convirtió en el primer presidente de izquierda en la turbulenta historia política colombiana.

Quizás, y por sus fallas, va Petro a dar la razón a aquellos que en la campaña electoral de hace dos años decían que su Pacto Histórico, la coalición que lo apoyó, tenía mucho de lo primero y nada de lo segundo. Lo cierto es que el presidente de Colombia pronto se desprendió de los sectores moderados, y muy competentes y reconocidos, de su gobierno, y abrazó un camino que privilegia la polarización y que no resuelve su pretendida reforma de la salud y las pensiones, uno de sus grandes objetivos políticos. Es Petro de viaje al pasado.

¿Qué sentido tiene, por ejemplo, reivindicar la bandera del M-19, un movimiento guerrillero al que Petro perteneció, desmovilizado desde 1990? Colombia ha dado muestras de superación de sus muchas décadas de violencia, ¿lo entenderá Petro o tendrá razón la periodista Duzán, que no puede ser encasillada en la derecha, cuando advierte de la incapacidad del presidente para oír a su país? Suplantar el diálogo por la división, por el encono, nunca conduce al éxito y menos aún a la “paz total” que Gustavo Petro prometió hace tan solo 21 meses.

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Editorial de El Nacional