Lo que más esfuerzo costará es lo que sobrevendría a un eventual triunfo de Maduro en los comicios de abril.
El politburó está consciente de los agrios momentos que se avecinan. El heredero puede alcanzar la victoria, pero será cuesta arriba que el país le acepte con indulgencia una gestión signada por la mediocridad. En adelante, el riesgo de que el país termine animándose a un cambio político, estará siempre presente.
Ese es y será el gran dolor de cabeza de la nomenclatura: la posibilidad de que los venezolanos se harten de apostarle a una sucesión desangelada e incompetente, a la cual sólo se le perciba una morbosa apetencia de poder.
Con la muerte de Chávez, la revolución no sólo perdió a su excepcional líder carismático: también ha perdido el principal atractivo del proyecto bolivariano, cuya popularidad estuvo siempre asociada a los encantos personales que su conductor supo transferirle.
Con la desaparición del comandante, el «proceso» tampoco contará ya con la destreza que sólo él poseía para lidiar con las amenazas que acecharon y seguirán acechando al experimento socialista… Si el comandante fue una garantía para la estabilidad, Maduro no podrá representar lo mismo, a menos que se proponga desarrollar un gobierno responsable y eficiente, como el que Chávez -aun con su portentosa jefatura- jamás logró exhibirle a sus leales seguidores.
La fanaticada del gran hegemón fue siempre tolerante en el escrutinio de su ejecutoria: sus fallos siempre le fueron perdonados y nunca dieron lugar a reproches que condujeran a la consideración de un cambio…
Maduro puede heredar los votos del comandante, pero jamás heredará la generosidad con que sus fieles le trataron hasta el último día de su vida.
Al heredero, por tanto, le corresponde lucirse en el área de las realizaciones concretas: allí, justamente, donde Chávez no coronó los objetivos que hubiera deseado lograr, como él mismo lo advirtió muchas veces en su última campaña electoral.
Los intentos por imitar al inimitable no sirven sino para obtener votos. Lo que le toca a la sucesión no es intentar una falsificación plástica del comandante. Lo que le compete es hallar lo que Chávez no pudo: Maduro tiene que identificar las fallas tectónicas de la gestión bolivariana: ésas que ni Chávez pudo resolver, habiendo sido lo que fue.
Sin esas soluciones, no habrá futuro bolivariano, pues, más temprano que tarde, será la feligresía más devota de la revolución la que elevará su voz de protesta para desencadenar una ola reclamos a favor del cambio. La impostura de Maduro -calcando con trazos torpes al comandante- no será útil en ese trance. Al contrario.
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Fuente: EU
Por Argelia Ríos