El acuerdo preliminar de veintiocho puntos elaborado recientemente por Donald Trump y Vladimir Putin con la finalidad de acabar con la invasión de Rusia en Ucrania, causó sorpresa e indignación en el presidente Volodimir Zelenski, en los soldados ucranianos, entre la mayoría de los gobernantes de la Unión Europea y en una sólida franja de analistas del viejo continente. En Inglaterra, algunos periodistas y comentaristas llegaron a calificarlo como un pacto entre mafiosos que desprecian la suerte de la nación ucraniana. No era para menos.
En ese borrador se hablaba de entregarle definitivamente a Rusia los terrenos anexados por el ejército de Putin: Crimea, Lugansk y Donetsk; explotar las tierras raras situadas en esas áreas; reducir el ejército ucraniano a 600.000 efectivos; impedir ad eternum la incorporación de Ucrania a la OTAN, al igual que mantener su neutralidad militar. Además, las partes involucradas tendrían una amnistía total por las acciones durante la guerra, sin que pudiesen presentar quejas ni reclamaciones en el futuro. Podría haberse agregado que Ucrania era culpable de haber sido asaltada y que debía indemnizar a Rusia.
La proposición encendió las alarmas de la Unión Europea, consciente de los enormes peligros que significa ser dócil frente a un enemigo tan peligroso e insaciable como el déspota ruso y ante el mandatario norteamericano, firme creyente de que las relaciones internacionales deben asentarse en discusiones improvisadas y en negocios lucrativos, en los cuales Estados Unidos y su propia familia salgan favorecidos.
Los jefes de Gobierno europeos –particularmente los de Alemania, Francia y Reino Unido– resolvieron plantarle cara a la propuesta y proponer, en conjunto con Ucrania, un proyecto mucho más razonable y equilibrado, conformado por 19 puntos, en el que Ucrania saliese menos perjudicada. Con ese fin, los mandatarios europeos se reunieron en Ginebra durante un par de días, con la presencia del secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio.
De esas discusiones salieron algunos acuerdos que, en principio, corrigen los enormes desequilibrios contenidos en el borrador inicial suscrito por Estados Unidos y Rusia. Por ejemplo, se señala que se utilizarán activos rusos congelados en Europa para financiar buena parte de la reconstrucción de Ucrania. También se indica que la neutralidad de Ucrania (su imposibilidad de incorporarse a la OTAN) será temporal y que el ejército ucraniano podrá contar con 800.000 miembros.
Por lo que ya ha circulado en los medios informativos, la reacción inicial de Putin ha sido displicente. No le ha caído en gracia que Ucrania, la Unión Europea y Estados Unidos se hayan coaligado para corregir el acuerdo en el que la balanza se inclinaba claramente hacia el lado ruso.
Tengo la impresión de que el proyecto de los 19 puntos convenido en Ginebra se estrellará contra las paredes del Kremlin. Coincido con el expresidente de Ucrania Víktor Yúshchenko –símbolo de la Revolución Naranja–, quien en una entrevista reciente con El País, de España, dijo que cualquier desenlace de la invasión a Ucrania que no se tradujese en la victoria de Putin sería interpretado como una derrota, el debilitamiento frente a sus enemigos internos y el desprestigio de su proyecto de expansión imperialista. Afirmaba, asimismo, que la paz en Europa depende de la desintegración de la Federación Rusa, única solución viable para poner fin al régimen de Putin.
La experiencia hasta ahora demuestra que el autócrata tratará de ganar tiempo y postergará la aprobación del proyecto común hasta donde pueda. Se aproxima un invierno que, según los vaticinios, será muy rudo. El ejército ucraniano está extenuado; ha sido sometido a casi cuatro años de una presión inmensa y continua. Y Estados Unidos, principal aliado en el plano militar de Ucrania, duda en seguir prestándole apoyo, mientras Europa se debate entre rearmarse para defenderse y mantener la ayuda financiera y militar a la nación asediada. Con estos factores está jugando Putin.
La buena noticia es que el viejo continente ha aprendido desde que Donald Trump llegó a la Oficina Oval, que debe romper el lazo umbilical con Estados Unidos porque mientras esté al frente de la Casa Blanca Trump, ese país no será un aliado confiable; y que debe convertirse por sus propios medios en una potencia militar autónoma, con capacidad de responder a las amenazas y eventuales agresiones de Vladimir Putin, un autócrata que aspira a ser emperador.
La primera barrera de contención a ese sueño imperial es Ucrania. De la necesidad de mantener esa barricada parece existir plena conciencia.
@trinomarquezc








