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¿Por qué Maduro prefiere matar de hambre?

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¿Por qué Maduro prefiere matar de hambre?

 

La pregunta completa que millones de personas se están formulando ahora mismo, dentro y fuera de Venezuela, es: ¿por qué Maduro y los jefes de su banda prefieren matar de hambre y enfermedad, que permitir el ingreso de ayuda humanitaria, proveniente, en principio, de una veintena de países? ¿Por qué, a pesar de que los padecimientos son inocultables desde hace al menos tres años, y todos los días aparecen informaciones y testimonios que certifican un empeoramiento de la situación, insisten en prohibir el ingreso de alimentos y medicinas?

 

Respuesta: porque matar de hambre y enfermedad está en la lógica primordial de las dictaduras comunistas. Es el resultado de los métodos con que ejercen el poder. Proviene del empeño de imponer, al costo de vidas y destrucción, medidas que niegan la realidad. Proviene del odio patógeno que tienen en contra de las realidades productivas. Proviene de esa mezcla de ignorancia y resentimiento con que interpretan la realidad.

 

 

Ni durante la Guerra de Independencia, ni siquiera durante las guerras civiles que asolaron el territorio venezolano durante el siglo XIX, se había producido la caída mortífera que Venezuela está experimentando: el paso de un estado de hambre generalizado, de una extendida falta de los nutrientes necesarios para vivir –especialmente las proteínas–, a una condición de raquitismo y, a continuación, de la muerte de los más débiles: primordialmente niños y ancianos.

 

 

Personas de todas las edades mueren por enfermedades causadas por la mala alimentación o la alimentación deficitaria, por falta de diálisis o de medicamentos para las enfermedades crónicas, por infecciones que adquieren en los quirófanos, por falta de insumos y medicamentos en los centros de emergencias, porque no hay electricidad, a causa del agua contaminada, porque son miles y miles los médicos y paramédicos que han huido del país, justamente para evitar el dilema entre el hambre y la muerte por acción de la delincuencia.

 

 

Lo que está ocurriendo en Venezuela está inscrito en una corriente de hechos históricos. Tiene antecedentes que, con sus variantes, pueden rastrearse a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Uno fundamental está en las sucesivas hambrunas que se produjeron tras el ascenso de los comunistas al poder en Rusia, en 1917. Seis meses más tarde el hambre comenzó a roer los estómagos en ciudades de todo ese vasto territorio. Hubo hambrunas en 1919, 1920, entre 1927 y 1929, y tras el estrepitoso y dantesco fracaso de la política de colectivización vino la feroz hambruna de Ucrania ocurrida entre 1931 y 1934, que se extendió por la Unión Soviética, y que mató por hambre a más de 5 millones de personas. Es lo que hoy se conoce con el nombre de Holodomor.

 

 

¿Obtuvieron los comunistas algún aprendizaje de los errores cometidos por Lenin y Stalin? La respuesta: entre 1958 y 1962 se produjo la gran hambruna en la China de Mao, que mató, no se sabe todavía con toda precisión, entre 32 millones y 46 millones de personas, de acuerdo con distintos estudios. Mao Tse-tung, uno de los más eficaces asesinos de masas que ha tenido el siglo XX, ordenó políticas que devastaron poblaciones enteras de China. Del mismo modo que había ocurrido en Rusia, el hambre provocó hasta episodios de canibalismo.

 

 

Propagar el hambre y el miedo: en eso consistieron las prácticas que el poder comunista estableció en Europa del Este, en Albania y en Cuba. Que la vida transcurra en la proximidad o en la línea del hambre está en el núcleo de sus procedimientos de dominación. Al hambre conducen las distorsionadas percepciones que los comunistas y sus variantes tienen de la economía y la producción.

 

 

El hambre roja es, a la vez, lógica y consecuencia. El testarudo empeño en controlar los sistemas de producción. De aniquilar el derecho a la propiedad privada y al trabajo. De castigar a los productores privados por serlo. De expropiar, controlar los precios, imponer la obligación de vender al Estado la producción. De provocar un ambiente de confrontación entre propietarios y trabajadores. De intervenir y convertir la fiscalización en un estatuto permanente: todas estas son las prácticas con que los comunistas han creado hambrunas, una y otra vez. Pero no solo.

 

 

Las siniestras y desconcertantes reacciones del poder ilegítimo, ilegal y fraudulento de Maduro también tienen sus antecedentes. No son nuevas, sino reediciones de otros horrores.

 

 

La creación de entidades fiscalizadoras comunitarias se remonta a los “comités de requisa”, creados por Lenin en 1920, que acabaron por degollar a los campesinos que no producían, acusándolos de ser parte de una conspiración (el precedente de la “guerra económica” inventada por Chávez). La ayuda humanitaria que Estados Unidos proveyó a la región de Ucrania en 1922 también debió contestar a las declaraciones difamatorias de los comunistas, que aseguraban que esos alimentos estaban “podridos” y “transmitían enfermedades”. También Stalin y Mao, como Maduro ahora, enviaban ayuda humanitaria a otros países, mientras en las calles de sus países la gente moría en casas, a las puertas de hospitales, en plazas o estaciones de transporte público o en colas, de hasta veinte horas, para intentar comprar una barra de pan que les permitiera seguir con vida.

 

 

 

El día que escribo este artículo –viernes 15 de febrero–, El Nacional informa la muerte de un niño de 6 años que pesaba 11 kilos, en el Hospital Manuel Núñez Tovar, en la ciudad de Maturín. La muerte de ese pequeño arroja luz sobre el rostro de sus asesinos, y demuestra, una vez más, que han escogido un camino sin regreso: continuarán matando, desprovistos de toda forma de piedad, embrutecidos, sentados en mesas opulentas, cada vez más ajenos al sufrimiento de la sociedad.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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