Si es cierto lo que dijo Heráclito de que “el carácter del hombre es su destino”, entonces no hay proyecto personal más importante que la formación constante de la personalidad para ser feliz y contribuir desde la propia felicidad al bienestar de un mundo justo, en paz y solidario. Nadie está condenado al éxito ni al fracaso. Todos tenemos que bandearnos entre circunstancias cambiantes con el único recurso de nuestro yo que se va calibrando a lo largo de nuestra historia vital a través de la educación, la madurez y la experiencia.
José Antonio Marina (2009) distingue tres etapas de la personalidad. “La personalidad recibida es la matriz personal genéticamente condicionada: funciones intelectuales básicas, temperamento y sexo. La segunda etapa corresponde a la personalidad aprendida corresponde al carácter: el conjunto de hábitos afectivos, cognitivos y operativos adquiridos a partir de la personalidad base. Y la personalidad elegida, es el modo, como una persona concreta, en una situación concreta, se enfrenta o acepta su carácter y juega sus cartas. Incluye el proyecto vital, el sistema de valores, y el modo de desarrollar ese proyecto en esa circunstancia”. Descrito así, la vida es un proyecto personal cuyos resultados dependen de lo que aprendas tanto como de la buena forja del carácter. El proyecto ético de cada uno de nosotros se podría resumir en lo siguiente: Todo el esfuerzo que hagamos durante toda nuestra vida para educar nuestro carácter de tal manera que sea el adecuado para el logro de nuestra propia felicidad, y para el libre aporte al bien. De nuestra felicidad, y del bien que podamos hacer los demás se aprovecharán fructuosamente, y sin imposiciones de ningún tipo. Felicidad y bondad resplandecen.
Una persona madura debería tener al menos seis características:
1. Respeta la dignidad humana.
2. Cuida del bienestar de los demás.
3. Integra los intereses individuales y las responsabilidades sociales.
4. Demuestra integridad.
5. Refleja cuáles son sus elecciones morales.
6. Busca siempre soluciones pacíficas a los conflictos.
La madurez te inclina a tomas buenas decisiones y a instrumentarlas adecuadamente. Por lo tanto, te transforma en un ser humano razonable, sobrio y en constante deliberación contigo mismo. El buen talante te ayuda a organizarte bien, usar energía y tiempo con el mejor desempeño posible, y por lo tanto, te permite ser lo mejor que puedas ser en cada una de las circunstancias. No aspira a la perfección, pero intenta alejarte del error. No se empeña en la trama de lo que está más allá de la humanidad, pero trata de que cabeza y corazón trabajen en la misma dirección, sin sabotajes absurdos, sin pesos innecesarios. Jorge Luis Borges escribió alguna vez que “el porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer. No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo”. Tal vez se refería a que, si no tomamos conciencia de la necesidad de educar constantemente el carácter, estamos condenados a sucumbir con la escasa hechura de la personalidad recibida. La única forma de desafiar el provenir es sorprendiéndonos con reacciones inéditas ante las mismas circunstancias. Aprendiendo que no debemos bajar la guardia respecto de nosotros mismos, lo que requiere silencio reflexivo y una sana autocrítica para superar los obstáculos del hedonismo, el narcisismo, el excesivo materialismo, la apatía, la indiferencia, la cobardía y la desesperanza.
Ser feliz es la meta. Pero debemos tener conciencia de las razones de la felicidad. José Antonio Marina afirma que la felicidad es autonomía: poder elegir las propias metas, administrar las energías y los esfuerzos en la consecución del proyecto personal de vida, y decidir cuándo esas metas han sido realmente logradas. Autonomía es libertad para enfocarnos en el libre desarrollo, sin interferencias, sin obstáculos y sin distracciones.
Por: Víctor Maldonado C.
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