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Sudando tinta china

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Sudando tinta china

Para los gobernantes que viven permanentemente anclados en el pasado, toda explicación de los males que agobian a los venezolanos pasa invariablemente por intentar explicar -sin éxito- que en anteriores tiempos algo peor ocurrió. No entienden que a la gente poco le importan sus necias justificaciones sino las tribulaciones de hoy y la tempestad que vislumbran para el futuro.

 

Escuchamos con atención cada declaración edulcorada y falseadora de voceros del gobierno nacional. Nos preguntamos en qué país viven. No es por cierto el mismo país en el que millones de ciudadanos transitan cotidianamente por las penurias y dificultades de la escasez, la inflación, la inseguridad, los malos empleos o la ausencia de ellos, los servicios públicos deplorables (sin luz ni agua), los hospitales cayéndose a pedazos y otros desastres que no son de seguro producto de la imaginación de nadie o consecuencia de una campaña mediática, sino la más atroz realidad.

 

Para el gobierno nada de eso ocurre. Con impresionante descaro se paran frente a cámaras y micrófonos y sueltan que aquí todo está «chévere». Y salen con la payasada de crear un viceministerio de la felicidad al más acabado estilo de las enseñanzas de los fabricantes de mentiras que imperaron en la Alemania nazi, en la China maoista, la URSS estalinista y la Cuba del tirano barbudo. Sin embargo, la verdad está ahí, contante y sonante. Las morgues que se llenan de cuerpos caídos a manos de una delincuencia que cuenta con que no será castigada, los mercados en los que los más elementales productos brillan por su ausencia, las farmacias convertidas en ventorrillos de menjunjes porque las necesarias medicinas no están, los precios estrafalarios de todo.

 

No, no hay una guerra económica, que es la nueva frase necia propagandística acuñada para pretender excusar lo inexcusable. Hay un gobierno desastroso que se burla a placer de los ciudadanos, al que poco o nada le importa los terribles apuros por los que pasan millones de venezolanos a quienes les fueron asaltados sus esfuerzos y saqueados los dineros que por derecho propio les pertenecían. No es ya un asunto de justa repartición de la riqueza. Es que acabaron con la riqueza. Se la devoraron como Pantagruel en francachelas. La desperdiciaron en politiquería barata, en populismo ramplón, en engañar a los sectores populares y destruir a una clase media productiva. Se robaron el oro y el moro.

 

Entraron miles de millones de dólares y no les fue suficiente. Encima salieron a endeudarnos, a hipotecar el futuro de varias generaciones. Y la avaricia, ese pecado que habla de hambre insaciable, pudo más que lo que más elemental sensatez aconsejaba. Tienen al país asfixiado y ni tan siquiera son capaces de la mínima humildad de reconocer sus errores y buscar cómo arreglar esta maraña de entuertos producidos por un gobierno incapaz de escuchar, de entender, … de gobernar.

 

El pueblo está bravo. Los sociólogos y psicólogos sociales alertan. En ese silencio que algunos llaman apatía o conformismo lo que hay es un pueblo que rumia. Que prepara su bramido, cual toro de lidia que se dispone a embestir.

 

En un mercado popular de los muchos que colocamos en Baruta y en los que conseguimos con mucho esfuerzo ofrecer productos a precios excepcionales, una doñita se me acerca y me dice: «alcalde, estamos sudando tinta china». En una farmacia a la que acudo buscando un medicamento que precisa un familiar -medicina que no se consigue- una señora muy bella viene a saludarme. Le festejo lo linda que es. Me contesta que gracias, pero que antes de este gobierno ella tenía arrugas, ahora tiene surcos.

 

Las fuerzas democráticas del país entienden muy bien la situación. Porque esas fuerzas son pueblo, tan pueblo como el que en las calles lucha día con día porque en este país haya alimentos y medicinas y escuelas y hospitales y autobuses y sueños y esperanzas y ganas de terminar de una vez por todas con la letanía de dolores. Se equivoca el gobierno al pensar que las fuerzas de la Unidad son unos cuantos cientos de dirigentes políticos sentados en una mesa. Las fuerzas de la Unidad son el pueblo que reclama, que protesta, que exige. Que habla claro y raspao en cada calle. Que se niega a aceptar el «enchufadismo» como política de Estado.

 

El presidente Maduro habla. Lo escuchamos. Por deber. Por saber qué nuevas propuestas cruzan su mente. Nada nuevo. Todo es previsible. Más controles, más medidas que no solventan los problemas sino que los agravan. Su voz es el eco del desastre y sus anuncios nos auguran nuevas tempestades pues no hay voluntad de rectificar. Anuncia que se seguirá la misma senda que nos ha traído hasta aquí.

 

gblyde@gmail.com @gerardoblyde

Por Gerardo Blyde

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