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Sin cartera ni razón

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Sin cartera ni razón

Nadie duda del empeño gubernamental para acabar con las protestas, sobre todo en los sectores populares. Ahí no pueden ni encender un fósforo sin ser sospechosos y hacerse merecedores de reprimendas, sino que, como les advirtió mi antiguo amigo y ahora colectivísimo Noel Márquez a los vecinos del oeste de la ciudad, “pueden perder su calidad de vida”.

 

Cuando no hay transporte ni comida, la electricidad parpadea y el agua desapareció o es un barrial; y tampoco se tiene la posibilidad de estudiar o de mudarse, “la calidad de vida” se limita a no ser agredido por los vecinos, por los malandros del callejón o de las escalinatas, que no te pongan alguno de los sambenitos y puedas pasar inadvertido mientras la tormenta sopla.

 

De alguna manera, pero siempre siguiendo el guion cubano de los comités de defensa de la revolución, en los barrios populares, en los edificios de la clase media y también en los sectores de “pobres pero honrados”, se han instalado lo que en las salas situacionales del poder se conoce como servicios de contrainteligencia básica, que sin llegar a grandes sofisticaciones pueden evitar que se prendan candelitas. Tienen todas las herramientas, desde premios hasta amedrentamientos que pueden ser definitivos.

 

La vida en el cerro no es fácil y a nadie le gusta complicársela por una opinión o una mirada fea. Es mejor evitar comentarios y no reclamar que el encargado de sustituir los ranchos por casas engañó a la comunidad, igual que la persona responsable de traer las bolsas de comida y la mujer que administra la casa de alimentación, que solo reparte sopa en sobre una vez a la semana. En quince años el entramado de dominación se ha hecho más complejo y eficiente; también más lejano de las necesidades y aspiraciones populares. Un correaje para ejercer el poder, no para repartir bienestar, felicidad.

 

Bastó una señal para que los ángeles del demonio –llámense colectivos, paramilitares, motorizados o herederos de los camisas pardas– se dirigieran a los sitios en conflicto a repartir palos, tiros y trompadas para defender el estatus quo, que no es una revolución de progreso y hermandad, sino un plan de supervivencia con las calorías, los bienes, la educación y la salud en la dosis mínima, suficientes para levantar la mano y aceptar que todo continúe como está, porque ese es el camino del socialismo. El voto de pobreza que exigen a los demás no es el mismo que ellos se imponen. La cantidad de cartillas de racionamiento aumenta cuanto más cerca de la camarilla en el poder están.

 

Si el fin fuese mejorar “la calidad de vida”, no cabe duda de que tienen los mecanismos y los fondos, la renta petrolera que tanto odia Jorge Giordani, pero nunca ese ha sido el objetivo. Los pobres apenas son su instrumento para conservar el poder, los pozos de petróleo. Vendo obras completas de ministro de Educación que sabe poco y dice mucho.

 

Ramón Hernández

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