No solamente los más importantes analistas económicos coinciden que Venezuela ha entrado en un proceso de hiperinflación, de acuerdo a los estándares internacionales, sino que la crisis venezolana no tiene precedentes en la historia de los últimos 50 años en el hemisferio occidental.
Las políticas de Maduro y la cúpula que dirige el país han logrado combinar tres elementos destructivos, para un país que tiene las más grandes reservas de petróleo, oro, hierro y otros minerales, a parte de millones de hectáreas para la producción agrícola. Esos tres elementos han sido: la destrucción del aparato productivo; el control de cambio y la corrupción generalizada estructurada en mafias de poder, que se extienden desde los más altos niveles del Gobierno hasta las organizaciones delictivas y pranes que controlan las calles del país.
Nicolás Maduro y sus aliados militares han logrado el milagro económico en reversa.
En estos días, en medio de risas y música, el Presidente celebraba la inscripción de 16 millones de venezolanos para obtener el “Carnet de la Patria” un documento, que según la propaganda oficial, le da acceso a su portador a alimentos, a bonos emitidos por el Gobierno y otros beneficios como acceder a una vivienda y otras ilusiones propias para una masa de personas que prácticamente se encuentran en la indigencia.
El panorama es tan devastador que nadie se explica la pasividad de los sectores populares frente a calamidades como, solo poder comer una vez al día, ver morir a un familiar a las puertas de un hospital, o ser víctimas frecuentes de robos en los transportes públicos sin que nada puedan hacer.
Se ha señalado que cuando las personas son sometidas a situaciones extremas, buscar la sobrevivencia de cada día ocupa su principal propósito, cueste lo que cueste. Allí no hay ideología ni simpatía hacia este o aquel líder político, no hay esperanza y lo que prevalece es sobrevivir a cualquier precio.
De allí que las amenazas directas con perder ese bien que se les ofrece para la supervivencia como son los CLAP de alimentos sino portan el Carnet de la Patria, asistir a eventos oficiales o ir a votar por los candidatos oficialistas, sea una constante en sectores de bajos recursos.
Por ello no sorprende que aún sometida la población a situaciones de extrema calamidad, Nicolás Maduro aún cuente con un respaldo de 28% de la intención de voto, según la última encuesta de Venebarómetro, aunque 65% de la población considera que Maduro debe salir del poder. En ese resultado se pude observar dependencia de la dádiva y temor a perderla.
Frente a ese panorama nos encontramos a una oposición dividida y dispersa, que, especialmente por esa condición, no ha logrado capitalizar el descontento. Sus líderes persisten en una postura individual, poca capacidad para llegar a consensos y acuerdos y gran cantidad de mini partidos políticos a la cabeza de los cuales hay un solo líder cuya voz y posturas es ley para el resto de los seguidores.
En una situación como la que vive el país no se justifica que cada líder sea el propietario de cada partido en la que su visión individual es palabra para el resto.
Pero esa dispersión será cobrada por el electorado cuando un sector de la oposición logre converger en una vía concertada y planificada frente a un poder que sí lo hace pero cuya actuación está llevando a Venezuela a la peor crisis de su historia.
Francisco Olivares
folivares10@gmail.com
