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Maduro cambia de cancha

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Maduro cambia de cancha

Hoy, respaldar la revolución bolivariana arrastra el costo de ponerse del lado de una dictadura.

La primera reacción de Nicolás Maduro a la decisión de la OEA de convocar una cumbre de cancilleres para discutir la crítica situación de su país fue anunciar la salida de Venezuela de la organización. Algo inédito en los casi 70 años de historia de esta. Pero hubo otra salida que ha gozado de menor notoriedad y que puede tener mayor trascendencia: la de pedirle a El Salvador –país a cargo de la secretaría pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac)– organizar una cita idéntica antes de la de la OEA, que tendrá lugar mañana, 2 de mayo.

 

De esta manera, Maduro lleva la discusión a otra cancha, una a la que no tienen ingreso ni EE. UU. ni el uruguayo Luis Almagro, actual secretario general de la entidad con sede en Washington, que en el último tiempo se ha convertido en una corajuda piedra en el zapato para Caracas. El Presidente venezolano recurre a un escenario que nació en 2010 bajo la sombra del chavismo y el socialismo del siglo XXI en sus días más gloriosos, en tiempos del precio del barril de petróleo por las nubes. Entonces se alcanzó a vislumbrar un futuro en el que la Celac eclipsaría a la OEA, algo que hoy, sin la caja menor del chavismo y con su país en llamas, es utópico por más que la segunda esté lejos de atravesar por sus mejores tiempos.

 

 

 

Pero más allá del pulso que queda planteado entre dos instancias, lo que muchos están ansiosos por ver es cómo hará Caracas para intentar, en términos futbolísticos, ‘remontar’ un partido que tiene perdido cuando ya son otras las condiciones que otrora le permitían ser local en la Celac. Pedir cambio de cancha y de árbitro –que es lo que ha hecho Maduro– parece una decisión desesperada, sobre todo porque nada le garantiza que el balance de fuerzas y la alineación de los apoyos difiera de la que se ha visto en las últimas semanas en Washington. Incluso, se arriesga a recibir más goles en contra.

 

 

 

Y es que hoy, a diferencia de hace siete años, está claro que respaldar la revolución bolivariana arrastra el costo propio de ponerse del lado de una dictadura, cada vez menos respetuosa de los derechos fundamentales y en más clara contravía frente al querer y bienestar de su pueblo.

 

 

editorial@eltiempo.com.co

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