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Estrategia política vs sociedad cómplice

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Estrategia política vs sociedad cómplice

Más allá de la cruenta batalla que el gobierno y oficialistas libran cada día contra los ciudadanos, hay otra realidad que exigen ignorar con conciencia sucia y aprensión, lo ponen de lado, están al corriente, y, por no ser capaces de manejarlo, lo ocultan. Una mayoría ni siquiera está al tanto, aunque empiezan a intuirla, es tan burlesca que ya no puede disimularse.

 

 

 

Es el enredo, la tramoya, el “pájarobravismo”, ese nefasto venezolanismo encubridor y complaciente. En estos tiempos de teatro de complicidades se aprovechan de la artimaña conveniente esgrimiendo el concepto de estrategia política para las futuras y espinosas complicaciones cuando llegue la hora de la justicia y transición. El agobiante peso de los cómplices

 

 

 

¿Por qué tardaron tanto en reaccionar? ¿Por qué a pesar del desorden rebelde, creciente de proliferación angustiosa y atemorizante de muertos, heridos injusta y violentamente atropellados, golpeados, violados, arrestados, buscan militares que ni aparecen ni contienen a los guardias nacionales? ¿Por qué si es clarísimamente evidente que Maduro, esté o no entrenado y guiado por La Habana, no solo no tiene idea de cómo gobernar mediocremente, sino que ni siquiera hace el intento de aprender? ¿Por qué el país se ha ido al carajo, con todas sus instituciones, valores y tradiciones, pisoteados, dejados de lado, abandonados? ¿Qué paso?

 

 

 

Puede explicarse un desplome de la moral, avaricia, ceder por necesidad –sean cajas y bolsas CLAP, o negocios con manos metidas en millones de dólares–, de que la corrupción es vieja lacra venezolana, o de la irresponsable y siempre desconsolada expresión: “Los venezolanos somos así”.

 

 

 

Pero hay una verdad peor, más abyecta, vergonzosa y lapidaria.

 

 

 

Somos cómplices por tradición, casi genéticamente hablando. Lo dijo hace un siglo o poco más ese gran venezolano que fue César Zumeta, “somos una sociedad de cómplices”, lo he citado en artículos anteriores.

 

 

 

Votamos masivamente por un candidato presidencial de quien nos llenamos la boca criticando y haciendo chistes –costumbre para aliviar y olvidar perversidades y gravedad a cuenta del humor– calificándolo de sinvergüenza, pero luego sufragamos por él recordando que había dinero, apartándonos de la mente los abusos, desfalcos, trampas, triquiñuelas, y hasta nos atrevemos imaginar que los “bolichicos” son cosa de ahora y no de siempre, gobierno tras gobierno.

 

 

 

Chavismo y madurismo no están aislados ni tampoco han destruido al país actuando en solitario ni han sido los primeros en esquilmar a la nación, tienen socios, secuaces, testaferros, cómplices de sobra que lo más que hacen es murmurar, son muy pocos los que denuncian sus latrocinios. Y más de uno viaja a Miami, Madrid o Londres y saldrá con alguno de ellos a pasarlo bien, los corruptos y bandidos venezolanos son derrochadores, no pueden esconder el dinero mal habido. Eso les da caché y prestigio, los llena de jala bolas dispuestos a sus caprichos. La maldición de los cómplices.

 

 

 

Siempre han sido muchos los seducidos, la realidad de una creciente e innegable participación de venezolanos en negocios que, directa o indirectamente, rodeaban al gobierno. Siendo así, toda una escala de funcionarios incluyendo los salta-talanqueras de un lado a otro, lo que incluye a políticos, relacionados y familiares que no escaparon de esa infamante voluntad de “póngame donde haiga”, infinidad de ejemplos en los cuales “enchufados” y “bolichicos” delincuentes se robaron y siguen robando sin compasión el erario público, repartiendo migajas jugosas a los mendigos de la canallada.

 

 

 

Es lo que hemos sido y seguimos siendo, una sociedad de cómplices que nos justificamos con estrategias políticas, no solo silenciamos los robos, sino que aplaudimos a quienes dicen que son mejores y con ellos todo cambiará, pero nada hacen de verdad, excepto ser coautores, para demostrar lo que realmente son y su futuro proceder.

 

 

 

La revolución y revolucionarios han robado a placer, abusado sin límite, porque les permitimos hacerlo, no los denunciamos ni le aplicamos sanción moral y social, los criticamos mientras mirábamos de reojo, y muchas veces de frente, a ver qué nos caía de los dueños del poder.

 

 

Por eso cualquier bocazas desfachatado capta simpatías y votos, preferimos oír lo que queremos en vez de lo que sabemos es realidad. Estamos dispuestos a que el vocinglero que siempre aparece nos cante canciones melosas y conocidas de populismo y justicia social, de te voy a dar, y bloqueamos la realidad para soñar con el apartamento gratuito, el carro chino subsidiado o cualquier dadiva, negándonos a pensar de dónde salen los dineros para semejante festín, cómo es posible la prestidigitación del caballo regalado sin colmillos.

 

 

 

 

Somos cómplices del ladrón como del político prometedor, miramos embobados y nos sentamos a esperar el milagro de oropel mientras el mago se embolsilla el oro en nuestras narices sin que seamos capaces de mirar.

 

 

 

No somos los únicos pendejos estúpidos, los gobiernos esperan sacar una tajada jugosa, porque el pueblo se lo permite, países latinoamericanos y del Caribe entregaron sus pantalones no por ideología sino por chantaje aceptado y sed de divisas.

 

 

 

Hoy muchos salen a la calle a pelear, debemos agradecerles que estén furiosos y tengan valor personal. Son las excepciones que lavan con su sangre y coraje la vergonzosa mirada del cómplice, aunque tengan dirigentes que siguen soñando ventajas sobre sus espaldas y sufrimiento. Esa es la estrategia política.

 

 

 

Mientras ellos se baten a pedradas y fiereza ética con los represores armados y sádicos, hay dirigentes que negocian en su nombre pero no en su beneficio. Esta circunstancia convertida inmoralmente en estrategia política impide una ruptura y/o transición distinta a la del amiguismo encubridor, sin autoridad moral de quienes critican los saltos de talanquera, pero reciben con los brazos abiertos y amparan a quienes traicionan. Son tantos los vínculos, ataduras e intereses urdidos que hacen imposible una renovación profunda.

 

 

 

Por eso saldremos de una dictadura estúpida y delincuente a una democracia boba, débil y defectuosa con los mismos sinvergüenzas entreverados con los honestos. Será el momento del “se es o no se es”, así de simple, así de complicado. Ciudadanos honrados y capacitados no pueden confiar nunca más en deshonestos e ignorantes, deben exigir y cuidar una transición y futuros gobiernos de instruidos decorosos.

 

 

 

Ojalá la propuesta plebiscitaria no coloque un somnífero a la protesta ni a nuestros valientes guerreros. Sería un irrespeto a los fallecidos e innumerables víctimas. De hacerlo no merecen perdón de Dios.

 

 

 

Armando Martini Pietri

@ArmandoMartini

 

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