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¡Esto es lo que hay!

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¡Esto es lo que hay!

Antonio Cova -profesor, amigo y muy apreciado articulista de los miércoles en este diario- sostiene la tesis de que todo esto que estamos viviendo tiene que ver con que nosotros no hemos sabido apreciar la magnitud de la tragedia que estamos viviendo. La sufrimos con grandes dosis de involucramiento, pero no sabemos actuar en consecuencia. La vivimos como una larga telenovela, capítulo a capítulo, pero no hemos podido resolver la trama ni apropiarnos de los argumentos. Tal vez por eso, y aprovechando que esta es la primera columna de 2013, valga la pena hacer un inventario de la tragedia nacional. Que no es una, son varias que se vinculan y relacionan como si nuestro destino estuviese congestionado por una inmensa crineja de dificultades.

 

La primera de ellas es el asedio a la República. Germán Carrera Damas lo ha advertido incansablemente. Todo este esfuerzo dirigido a malograr, a hacer insubstancial toda la armazón institucional hasta vaciarla de contenidos. El haber comprado el principal eslogan del chavismo militarista, el tiempo perdido, esos cuarenta años a los que no se les reconoce ni un solo gesto plausible y esa obsesión por mediatizarlo todo, por subordinar la norma a las conveniencias de la autocracia, por justificar cada avance autoritario y hacernos culpables de una sumisión a todo lo que ellos desprecian. Este asedio a la dignidad de la patria hizo que abriéramos tumbas y tolerásemos este secretismo con el que se ha administrado la enfermedad presidencial y su tratamiento fuera del país. Un vacío que se ha rellenado con rumores mientras el país real se desmorona y se hunde bajo el peso de problemas reales, postergados sine die y condicionado al regreso del autócrata.

 

La segunda es concomitante con la primera. El militarismo ha hecho que buena parte de la estructura del Gobierno Nacional y regional esté en manos de esa experiencia unilateral y disfuncional que es la carrera militar. El presidente de la Asamblea Nacional, diez de los gobernadores y buena parte del gabinete ministerial habla un idioma que no es cónsono con el derecho, los derechos humanos y el pluralismo. No es el lenguaje del pueblo al cual gobiernan. Este es un gobierno de militares, con una ideología militarista y prosopopéyica, un discurso lleno de lugares comunes, pero con una obsesión de control total que los hace ensamblarse perfectamente con el castro-comunismo.

 

La tercera tragedia es la exacerbación ideológica y la preeminencia utópica en la que le gusta gravitar al régimen. Este régimen carece de resultados concretos porque se cree potencia continental e insiste en destruirlo todo para empezar desde las bases el socialismo del siglo XXI. La ausencia de prioridades presupuestarias, el descalabro creciente de Pdvsa, la persecución constante de cualquier derecho individual y la cacería implacable a la empresa privada nos colocan en la ingrata circunstancia del atraso relativo y la contemplación de ciudades que se degradan entre el desorden urbanístico, la falta de seguridad personal y la carencia de vitalidad económica. El régimen es incapaz de ver la realidad, la traduce a una expectativa futura, la transforma en una promesa que se aleja y que como en todos los autoritarismos, no coloca en el presente el inmenso peso de construir una felicidad a la que no tenemos derecho porque está en proceso perenne de elaboración.

 

La cuarta desventura es la inseguridad desbordada y la incapacidad del régimen para afrontarla. La impunidad patrocinada desde el Gobierno, y el que cada funcionario se sienta con el derecho de organizar un colectivo armado nos ha traído hasta la cifra de veinte mil muertos por año. El despotismo del delito tiene sesgo ideológico.

 

La quinta adversidad es la debacle económica. No puede alegrar a nadie una devaluación, sobre todo si ella no viene con un compromiso integral de disciplina y foco. No puede ser motivo de orgullo que seamos un país poco atractivo para las inversiones, falto de transparencia y proclive a la corrupción. Porque economía, empleo y bienestar vienen juntos y desaparecen juntos.

 

Y por último, la tragedia de la desbandada. Este momento del país no puede superarse sino con disciplina democrática, unidad de propósitos y reconocimiento del valor de todos los que han trasegado esta época de desdichas. Es precisamente la falta de estas virtudes lo que hace decir a Cova que muchas veces no tenemos conciencia del sino trágico de nuestro momento.

 

cedice@cedice.org.ve

 

@cedice

/DO

Fuente: EU

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