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El doctor Zapata

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El doctor Zapata

 

Médico de reconocida sabiduría, profesor universitario con rango de maestro, político de limpia trayectoria, hombre de familia, honesto en todo, Carlos Zapata Escalona es un modelo de ciudadanía y hombría de bien. Decencia, decoro. Un ejemplo.

 

Cualquiera sabe de la amistad vieja que unía a nuestras familias y los nexos que a lo largo de los años desarrollamos entre los dos. Considero un honor haber sido su amigo, su compañero, su paciente y en esa triple condición, su discípulo. No se espere que mi recuerdo de él sea objetivo, pues siempre será con los ojos del afecto y la admiración.
Estudioso como profesional de la Medicina, buscaba estar al día en los conocimientos de la ciencia, pero como buen internista sabía y practicaba que la clínica es una forma de humanismo. Conocer y comprender a la persona en su integralidad.

 

Empezó dando clases en su alma mater de la Universidad Central y fue de los profesores fundadores de nuestra casa de estudios, primero Cedes, luego URCO, Ucola y UCLA, en la evolución que la institución ha tenido. Decano de Medicina. Rector.

 

En la política, pertenece a la generación fundadora del socialcristianismo larense. Aquel grupo idealista de jóvenes, la mayoría profesionales y estudiantes, que se atrevieron a proponer una alternativa democrática diferente. Dirigente del partido, fue durante un buen tiempo su responsable en Iribarren, cuando era el Comité Regional el que directamente se ocupaba de la capital del estado.

 

Aquella era una comunidad partidista en su sentido más pleno, con comités de base que se reunían regularmente a informarse y a expresarse. Cercanía, respeto, aprecio mutuo. Concejal de Iribarren por varios períodos, servidor honorable de su ciudad. Gobernador del Estado con obra realizada. Lo que más disfrutaba era llevar la luz eléctrica o el agua a poblaciones apartadas.

 

Hijo de Don Carlos y Doña María, cuya decencia no derivaba de medios económicos que no les abundaban, sino del trabajo, el buen comportamiento. Esposo de Rafaelina y con ella padre de una prole numerosa multiplicada a través de las generaciones.

 

Católico sincero y, a partir de esas convicciones, creyente en la libertad, en el derecho y en la justicia social.

 

Todo a través de una impresionante sencillez. Modestia personal ajena a la vanidad y la echonería, libre de solemnidad.

 

Despedir a la gente que queremos, hasta que toque nuestra despedida es parte de la vida humana. La muerte es el tránsito natural a la eternidad. Pero esta separación nos duele, porque con su partida, es mucho lo que se nos va.

 

Ramón Guillermo Aveledo

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