Me bombardean dardos envenenados desde el extremismo. La política que defiendo es la decidida en la Unidad y la asumo a conciencia. Para atacarla y descarrilarla se aparta el argumento y se recurre a la descalificación personal basada en la calumnia. Que el extremismo llegue a ese extremo es lo más natural del mundo.

Quienes se sitúan en la lógica de la guerra, esencialmente antipolítica, no ven espacio para caminos que ahorren traumas a la sociedad y dolores a las familias. La superstición heroica de revolucionarios y contrarrevolucionarios rechaza visceralmente la reforma. En la apoteosis de la intransigencia todos se sienten cómodos en fórmulas como «socialismo o muerte” o «ni un paso atrás”. Ambas significan «vencer o morir”.

Y la vida no es así. Así es la muerte. Quienes nos empeñamos en que la solución está en que se cumpla la Constitución, somos blanco de ataques brutales. Desde el poder extremista se nos conmina a repudiar métodos violentos que sabe que no compartimos. Mètodos equivocados, inútiles, que no son la calle sino la anticalle, porque inutilizan la calle para la protesta cívica. Pero, por su lado, niega el gobierno que ha montado una barricada estatal al instrumentalizar el poder público e impedir el libre uso por los ciudadanos de instituciones que deberían ser suyas.

Desde el extremismo opositor bidireccional, se nos cubre de denuestos inescrupulosos y se repiten mentiras. La incapacidad autocrítica necesita culpar a otro. Su trabajo principal coincide en objetivo estratégico con el gobierno: anular la oposición democrática. Los violentos se necesitan mutuamente. ¿Podrán esas dos minorías imponer su antipolítica revolucionaria o reaccionaria a todo el pueblo venezolano? Lucho por que no. Todo el día, todos los días.

Ramón Guillermo Aveledo