Venezuela está de fiesta porque por primera vez en nuestra historia dos venezolanos son santos oficialmente reconocidos. Esta canonización es un gran regalo y ejemplo para nosotros. Dos santos que resaltan más porque florecieron en una sociedad que parecía religiosamente desértica. Nacieron pocas décadas después que el gobierno de Venezuela expulsara a todos los obispos del país, prohibiera todas las congregaciones religiosas masculinas y femeninas, cerrara los seminarios de formación de sacerdotes y quitara los crucifijos de las escuelas. Quienes mandaban estaban convencidos de que con eso hacían un gran servicio al país y a la diosa Razón.
En este desierto exterior de su tiempo José Gregorio Hernández (1864) brilló como un milagro y fue venerado primero por quienes poco frecuentaban la iglesia; entronizado antes en los altares domésticos que en los templos. Su luz atraviesa barreras y diferencias y los venezolanos sentimos que en José Gregorio ilumina lo mejor de nosotros. La Iglesia tiene el acierto de reconocer en esa vivencia y sentimiento de millones al santo proclamado en los espacios laicos donde el pueblo (laos=pueblo) lo encumbra como guía y protector.
La madre Carmen Rendiles (1903) es lógicamente menos conocida, porque en esa sociedad la mujer fuera del hogar era anónima. Es casi imposible encontrar en el reconocimiento público una sola mujer en todo el siglo XIX venezolano, luego de la Independencia; podemos revisar libros de historia y no hallar en la memoria un nombre de mujer de 1830a 1920. Y ahí en ese desierto de conocimiento y agradecimiento público hay media docena de mujeres que destacan como fundadoras de otras tantas congregaciones religiosas que nacen en Venezuela. Una de esas mujeres ahora es reconocida y declarada santa por la Iglesia. Seguramente las otras también merecen esa honra; todas tuvieron la audacia y la sabiduría espiritual de crear una congregación de mujeres jóvenes que, consagradas, dedicaran su vida a atender algunas urgentes necesidades humanas; servir a leprosos rechazados, niños abandonados, ancianos desamparados, o pobres segregados por el gobierno y la sociedad. Y surgieron muchas voluntarias. La madre Carmen Rendiles entró religiosa en una congregación francesa que tenía dos ramas, una religiosa y un instituto secular. En Francia fue prevaleciendo esta segunda modalidad hasta que cambiaron la congregación por instituto secular con aprobación de Roma. Las venezolanas, que ya eran medio centenar, prefirieron mantenerse como congregación religiosa y guiadas por la madre Carmen, con el apoyo de obispos venezolanos y las correspondientes instancias romanas, fundaron una nueva congregación religiosa venezolana y latinoamericana de las Siervas de Jesús (1965) con sede central en Caracas en el colegio Belén.
No fue fácil la vida de la madre Carmen. Su falta del brazo izquierdo desde su nacimiento, las tensiones naturales y desgarramientos en la separación de las venezolanas de la congregación francesa con la fundación de las Siervas de Jesús y los achaques de salud, pusieron a prueba su temple y santidad…
José Gregorio y la madre Carmen, son los primeros santos venezolanos, canonizados en este momento del país deprimido y medio paralizado, son una invitación a sacarlo mejor de nosotros en las diversas actividades de la vida. José Gregorio médico, profesor de la UCV, precursor en áreas de la medicina y “médico de los pobres”, hoy es modelo de santidad para todo profesional; y Carmen Rendiles sensible y pronta a servir y educar a personas en necesidad, pone el Evangelio en el centro de su vida y de la congregación de Siervas de Jesús.
En esta Venezuela empobrecida y con carencias graves que han obligado a más de 8 millones a abandonar el país, y a muchos más a vivir en pobreza, y con centenares de presos políticos encerrados y maltratados, estos dos santos no sólo han de ser luz que nos oriente y alumbre nuestras peticiones, sino también ejemplo que anima nuestra vida e inspira nuestra acción. En medio de la pobreza el reto es hacer más con menos recursos y hacerlo mejor. La clave de esta posibilidad a la que Dios nos invita en estas circunstancias no es el pozo petrolero ni la mina de oro, sino el cambio profundo personal y social. Dios nos invita en esta circunstancia a activar nuestras fuerzas espirituales y nuestra creatividad con una nueva conducción nacional capaz de unir a los diversos. Venezuela está gravemente enferma y el milagro nacional que necesitamos es un nuevo gobierno y una nueva sociedad unida con decidida voluntad de revitalizar todas las profesiones, para lo que José Gregorio es ejemplo e inspiración.
¡José Gregorio médico de los pobres, cura a esta Venezuela pobre, gravemente enferma y necesitada del milagro de cambio profundo en las personas! ¡Madre Carmen, que a ejemplo tuyo los venezolanos descubramos que necesitamos de una profunda transformación educativa para poner a valer lo mejor de cada uno, cambiar esta sociedad sumida en el fracaso y ponernos de pie con la luz de cambio encendida en cada venezolano! ¡Oren por nosotros y bendígannos!
Luis Ugalde, S.J