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  Hollywood de pacotilla

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  Hollywood de pacotilla


 
 
 Tiempo atrás, en aquellas duras semanas de abril cuando la represión manchó de sangre las calles de Caracas y de tantas otras ciudades de Venezuela, se publicó en este mismo espacio un editorial que vale la pena recordar y cuyo título resalta hoy con una luminosidad por demás evidente: “El régimen sumergido en el infierno de sus miedos”.

 

 

En el texto referíamos que una de las características que resaltaba por encima de todos los acontecimientos, a cual más sorprendente, era que no se había producido, como hasta ese momento, que el régimen fuese afectado, en una misma etapa, por tantos miedos de forma simultánea. “Ahora mismo, en el alto gobierno, nadie se escapa. Todos parecen estar aterrorizados, atravesados por los miedos más diversos. (…)  Si alguien se pregunta cuál es el estado de ánimo del poder en Venezuela, la respuesta es inequívoca: Le temen a lo que está sucediendo en las calles del país, a la lucha de los ciudadanos. Le temen a la rabia de las personas, que han decidido revolverse en contra de la escasez y la inflación galopante. Temen a la extendida volatilidad del ambiente en Venezuela ya que cualquier incidente puede ser la chispa que desate el derrumbe”.

 

 

Si comparamos las palabras escritas en aquella ocasión con lo que sucede ahora, cuando la realidad supera y deja kilómetros atrás lo que acontecía en aquel momento, nos damos cuenta de cómo el proyecto bolivariano se ha venido hundiendo en un pantano profundo y sombrío, apuntalado por la fuerza de las armas, del terror que infunden los grupos parapoliciales y del reparto –cada día más escaso– de cajas de comida que no alcanzan a detener el avance de la hambruna, ya advertida por organizaciones serias y confiables que pertenecen a las Naciones Unidas.

 

 

Lo cierto es que estamos viviendo en lo que parece un estudio de Hollywood, pero no en la millonaria y deslumbrante meca del cine sino un Hollywood arruinado, con escenarios agrietados y desteñidos por el paso de los años, carcomido por la falta de mantenimiento y por la avaricia y las torpezas de sus  ineptos ejecutivos. Ese espanto y esa ruina es lo que vemos cada día y cada noche en Caracas y en el resto de las capitales de los estados que son territorios moribundos, abandonados a su suerte y donde lo único que relumbra son las posesiones de los enchufados, de la burocracia bolivariana, insensible y nueva rica.

 

 

Este Hollywood de pacotilla brilla gracias al uso de la incesante propaganda, de la desinformación contante y sonante, del asesinato de la verdad, del temor inoculado a punta de pistola, de las visitas policiales a medianoche que arrasan con las vidas y los pocos bienes de los vecinos atemorizados ante tal despliegue de fuerza y ferocidad.

 

 

Pues bien, señor fiscal, levante usted su voz y actúe como lo hacía antes en sus visitas sabatinas a los periódicos (medios impresos que, gracias a su gobierno, ya no circulan), donde siempre fue bien acogido porque usted acudía para abogar por los presos políticos, por los torturados y los desaparecidos, a denunciar las violaciones de los derechos humanos, a exigir el justo derecho que tienen los presos de recibir las visitas de sus familiares y al debido proceso.

 

 

Extraña su silencio, que indica que su memoria es corta porque estas injusticias no han variado entre los procedimientos de la cuarta y estos de la quinta, como dicen por allí revolucionariamente hablando. Al contrario, la diferencia entre la justicia civil y la militar ya no existe o no distingue con acierto y actúa circunstancialmente, según vaya viniendo… vamos viendo.

 

 

En el resonante caso de los desembarcos insurgentes por iluminadas y céntricas playas turísticas o en pueblos costeros solitarios sin accesos a vías terrestres, no hubo o no se sabe, de la actuación de la Fiscalía, a pesar de que en Macuto fueron muertos a balazos ocho personas. El “escenario del crimen” no fue protegido debidamente, la lancha invasora quedó flotando solitaria y triste y los carnets de identidad y otros documentos de los occisos parecían haber sido manoseados por gente inexperta, o simplemente curiosa que hasta se dieron el lujo indebido de tomar fotografías.

 

 

Todo esto sucedió a pesar de que, por los medios de comunicación oficialistas y a voz clara, firme y sin titubeos, los altos mandos declararon que habían “infiltrado desde hace tiempo” a los invasores y “los estaban esperando” en alerta previa. Pero lo más extraño de este asunto es que también aparece otro grupo en Chuao, en la costa de Aragua y es detectado por un pescador y dos humildes policías. Para cerrar con broche de oro, dos invasores más son descubiertos en Puerto Cruz. Tres playas muy lindas (Macuto, Chuao y Puerto Cruz), pero no las mejores para invadir con fines inconfesables.

 

 

Hay que reconocer que estamos ante un verdadero rompecabezas, muy difícil de armar, porque para completar esta noche oscura y sin luna, todos los altos y poderosos jefes hicieron presencia sin orden ni concierto, dando declaraciones cada cual por su lado, cuando lo lógico era proyectar una imagen de unidad total. Pero ellos son bolivarianos y se entienden. Nosotros somos los que no entendemos.

 

 

Editorial de El Nacional

 

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