Si algo parece marcar el tiempo que vivimos es la confluencia de factores como la incertidumbre, el radicalismo, el autoritarismo, la negación de la institucionalidad, de la legalidad y de los principios. El ruido de los conflictos mundiales, no importa la distancia donde se produzcan, se ha vuelto cada día más cercano. El mundo de hoy nos enfrenta cotidianamente a dilemas tan determinantes como los de distinguir entre la verdad y el engaño, la recta intención y la voluntad perversa, la promesa y la amenaza.
No importa cuánto nos ocupemos de la incertidumbre en la vida personal, la realidad es que ella invade cada vez más espacios de la vida social, del campo de la economía, de la política, de la ciencia, de la tecnología, de las comunicaciones. Asomarse a este mundo es hoy tropezar con la solidez de la verdad o el riesgo del engaño.
Sin perder su dimensión local, los temas sociales adquieren cada vez más un impacto global. Al hablar de diferenciales salariales, por ejemplo, no deja de asombrarnos la distancia que aún persiste en la remuneración de hombres y de mujeres a nivel planetario, brecha que sigue siendo inmensa y que no terminará de cerrarse en menos de un siglo.
Otro tipo de paradojas son igualmente difíciles de entender. En España, por ejemplo, mientras la fuerza laboral juvenil representada por los menores de 35 años apenas consigue aportar 2% del PIB, los mayores, es decir la población de la tercera edad, recibe una proporción tan alta como 20% del producto interno en beneficios sociales de toda índole.
Si hablamos del vertiginoso avance de la tecnología y de las tecnologías, cada vez se nos hacen más inquietantes las consecuencias del desigual acceso a ellas de los países y, dentro de cada uno, su disponibilidad para cada estrato etario y cada nivel socioeconómico. Si se trata de la presencia cada vez más dominante de la IA, las inquietudes nos asaltan en cuanto a su aplicabilidad y pertinencia para el mundo laboral, la robotización, la humanización de las máquinas y el exceso de delegación en ellas. Las preguntas tocan los ámbitos del trabajo, de la eliminación de puestos laborales, de la desvalorización de determinadas potencialidades, habilidades y saberes, de las nuevas exigencias en materia de formación, selección de carreras, entrenamiento.
Frente a tanta incertidumbre se impone delimitar y diferenciar lo cierto de lo falso. Es preciso poder distinguir entre la información ajustada a la realidad de la que es solo fruto de la fantasía, o de la que proviene de una deliberada intención de falseamiento. ¡Cuán comprometida está la vida por decisiones de las que no somos parte y que no podemos comprender!
Pensemos en el ambiente y en cómo se compagina el discurso mundial y la constatación dolorosa de los efectos de los cambios ambientales con una prédica negacionista como la que el presidente Trump acaba de hacer al calificar el cambio climático como una farsa o “el mayor engaño jamás perpetrado en el mundo”. Pensemos también, en el terreno político, sobre los nuevos y viejos dilemas que enfrentan los liderazgos democráticos con los absolutistas, los afirmados en la participación popular frente a los inspirados y movidos por el populismo, las agendas de construcción con las de destrucción, las inmediatistas con las de largo plazo, las que nacen de la planificación frente a las que responden a la volubilidad de los actores, las que apuestan por la sostenibilidad y trabajan por garantizarla.
Los problemas están allí, no dejan de estar porque no los veamos. Se tornarán más patentes cuando lleguen sus consecuencias y no estemos preparados como humanidad para enfrentarlos. Se impone, entonces, la urgencia de no perder el foco, pese a las urgencias. Hace falta, como nunca, animar la creación de centros de pensamiento que detecten los retos y que encuentren soluciones, y de instituciones sólidas que las desarrollen.
Gustavo Roosen
nesoor10@gmail.com