Fernando Rodríguez: Paz

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Fernando Rodríguez: Paz

Cualquiera que sea la contradicción actual entre Venezuela y Estados Unidos, ya sea pasible de diálogo –hay hasta quienes lo suponen en curso– o de un enfrentamiento armado –que muchos temen y otros añoran con fervor– yo coloco un principio abstracto y universal, el pacifismo, el no a la violencia armada. Así el bien y el mal estén claramente delimitados y hacer justicia aparezca como un mandato.

No creo que valga mucho la pena hacer un discurso prolijo sobre la posición pacifista. Fíjense que la distingo de la posición dialogal, el diálogo es una opción política, un cálculo, una línea política. El pacifismo es una posición moral, una apuesta que hay que llevar hasta un extremo lindante con el absurdo. Por supuesto, en determinadas situaciones históricas resulta una utopía: la guerra puede o debe ser más viable y sensata que una paz que puede ser una entrega sin honor, una derrota obvia, una masacre sufrida, y viceversa, la opción por la guerra puede ser entrar a las puertas del infierno, del horror.

Soy consciente de que el pacifismo tiene topes ciertos y muy a menudo es inviable en un mundo pleno de conflictos, seguro que sí. Y confieso que no puede llevarse a su definitiva asunción, salvo en casos individuales. No podemos, por ejemplo, sino repeler la violencia del otro, que nos obliga a la autodefensa. Digamos entonces que, si lo razonamos, solo puede ser un punto de partida que debemos extender hasta donde sea posible, pero seriamente, como una suerte de ideal imposible y deseable.

Debe haber algo psicológico, por ejemplo, muy fuerte en mí que repele la guerra y que no voy a  someter a introspección. Pero es un verdadero temor y temblor que se materializa, por ejemplo, viendo en los noticiarios de cada día los horrores de Gaza o Ucrania. O tantas otras imágenes, inagotables, que forman parte de nuestro alijo de seres de la modernidad. Y que nos hace considerar, con Freud, animales violentos, repulsivos.

Por ello, ante la incógnita de lo que va a suceder en esta enigmática y algo surrealista situación a que estamos sometidos hoy los venezolanos y sobre la cual nadie parece tener alguna certeza, yo al menos tengo un propósito, muy frágil, no a la guerra, no a la guerra hasta que podamos, hasta el último límite. Es posible que seamos obligados a escoger la sangre o la palabra compartida o quién sabe qué. Pero no estamos condenados al horror, a la bestia que mata.

 

Fernando Rodríguez

 

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