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¿Cómo lograr una verdadera intimidad con tu pareja?

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¿Cómo lograr una verdadera intimidad con tu pareja?

David Deida, una de las grandes voces actuales sobre la relación entre amor, sexualidad y espiritualidad, y autor de libros como El camino del hombre superior y Manual del sexo iluminado, ha acuñado el concepto de la «íntima comunión» para referirse a las relaciones basadas en la apertura radical de nuestros corazones y la entrega de los dones únicos de nuestra esencia sexual. Quiero desarrollar este concepto para contextualizarlo, comprenderlo y, ¿por qué no?, practicarlo.

 

Desde esta perspectiva, las relaciones íntimas pasan por tres etapas características. La primera etapa corresponde al viejo modelo de las «relaciones dependientes», establecidas bajo premisas machistas y patriarcales desde donde hombres y mujeres se rigen por roles asignados en función del género: los hombres son emocionalmente tarados, afectivamente limitados, sexualmente brutos y limitados al éxito social y a mantener a una familia. Las mujeres son amas de casa inexistentes políticamente, separadas del manejo de las finanzas y limitadas en todo lo que no tenga que ver con sus tareas hogareñas. Ambos dependen de la contraparte para resolver sus profundas carencias. Todos conocemos bien el efecto de este tipo de relaciones.

 

Hay una evolución desde la consciencia de la libertad y la equidad, hacia una segunda etapa durante la cual las personas se asumen como independientes, completas en sí mismas, unidas como iguales, dividiendo equitativamente sus responsabilidades domésticas, financieras, de crianza, etcétera. Deida llama a este segundo tipo de relación «relación al 50-50». Creo que todos estamos de acuerdo en que la relación al 50-50 es un avance fundamental para romper las estrechas constricciones inducidas por los roles de género de las relaciones machistas de la primera etapa.

 

Ahora bien, parece como si el movimiento que nos llevó a la igualdad social y económica de los sexos, absolutamente necesario para nuestro desarrollo, hubiese tenido un efecto colateral no planeado: la neutralidad sexual, la incapacidad de que hombres y mujeres puedan darse mutuamente lo que realmente quieren en las relaciones. Todo esto se ve representado por una queja recurrente que llega a los consultorios: las mujeres se quejan de la mediocridad de los hombres, de su falta de compromiso en las relaciones, de parecer perdidos en la vida, de tener poca chispa o poca mecha. Los hombres se quejan de que las mujeres son duras, cerradas, carentes de empatía y castradoras.

 

 

LA TERCERA VÍA
¿Qué hacer entonces? No queremos volver a las relaciones machistas. Tampoco estamos satisfechos con la seguridad y la independencia tibia de las «relaciones al 50-50». Deida propone, en consecuencia, la íntima comunión como el siguiente paso. Según él, el placer que buscamos en las relaciones no lo encontraremos adueñándonos o dependiendo de nadie; tampoco estructurando neuróticamente una relación que guarde la seguridad de los egos. Lo haremos abriendo radicalmente el corazón y ofreciendo los dones de nuestra esencia sexual profunda. La rendición del ego al amor es la base de la íntima comunión.

 

No es una suerte que llega por ósmosis, sino una práctica continuada de unión sexual, apertura emocional y confianza espiritual que se hace momento a momento. Es, dicho de otra manera, una practica de amor. Una donde empezamos por honrar y reírnos de las dolorosas y exquisitas diferencias en las maneras de amor masculinas y femeninas.

 

AMOR, ENAMORAMIENTO Y POLARIDAD
La práctica de la íntima comunión exige comprender y diferenciar claramente entre amor, enamoramiento y polaridad sexual. El amor es lo más simple de entender y lo más difícil de practicar. Según Deida, «el amor es lo que es cuando tienes el corazón abierto». Uno existe en el amor cuando deja de proteger el corazón, y se cierra al amor cuando lo resguarda. Uno puede aprender a abrir el corazón incluso en las circunstancias más difíciles. Este es el fundamento de la práctica de la comunión íntima: practicar la apertura del corazón, incluso cuando nos sentimos heridos.

 

Por otra parte, el enamoramiento es la atracción transitoria marcada por una sensación de unidad y vinculación. Se basa en la impronta emocional que nos formamos en la infancia. Nos atraen personas que, de alguna manera, repiten rasgos de nuestros padres o de nuestra relación con ellos. Enamorados, terminamos pidiendo lo mismo que nuestros padres no nos pudieron dar. Y obviamente nos desilusionamos. Como podrán imaginarse, la comunión íntima atraviesa la ilusión del enamoramiento con un realismo radical, pero con la apertura del amor. Aquí no hablamos de las nubes rosa del romance, sino de la fuerza del amor.

 

Por otro lado, la polaridad sexual es la tensión magnética o repulsiva entre los polos masculino y femenino; y su valor energético es proporcional a la diferencia entre los sexos. Es importante aclarar que algunos hombres pueden tener una esencia sexual femenina y algunas mujeres, una masculina; y que también podemos cambiar de polaridad en diferentes ámbitos. Pero la esencia es una. La polaridad es lo que dinamiza colma de pasión el vínculo de la pareja. Sin polaridad sexual las relaciones de pareja devienen en amistades perfectas pero tibias. Así como el amor, la polaridad también se puede practicar. La íntima comunión se basa entonces en el cultivo de estos dos aspectos: el amor y la polaridad sexual.

 

La comunión íntima propone, entonces, el encuentro diferenciado entre esa fuerza masculina concentrada, unidireccional y guiada por una visión de libertad, y esa femenina nutricia, vital, salvaje, fogosa y caótica que se guía por una visión de apertura en el amor. Ese encuentro deviene en consciencia amorosa y apertura radiante. Cuando se da con un corazón abierto y plena rendición, es la máxima experiencia humana.

 

Espero quede clara la invitación fundamental: practicar el amor hasta que duela un poco y practicar la diferencia sexual hasta la risa y el deleite. Y, sobre todo, sacar al amor del tibio espacio donde la seguridad y la mediocridad se encuentran.

 

 

 

 

Fuente: Cromos

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