Beatriz De Majo: ¿Desescalada o paños calientes?

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Beatriz De Majo: ¿Desescalada o paños calientes?

Los grandes titulares de la prensa mundial lo anunciaron simplistamente: los hombres que dirigen los destinos mundiales acordaron una desescalada en las tensiones que han caracterizado sus relaciones mutuas a través de la adopción de una serie de convenientes acuerdos comerciales. La ganancia en imagen fue buena por los dos lados: Xi no ha cedido un ápice frente a Washington, lo que lo consagra como un gran líder dentro y fuera de China. Trump se ha armado de un compás de espera en el asunto del acceso de las tierras raras y regresó a casa con enormes solidaridades en el entorno de Asia.

El mundo entero ha respirado más tranquilo porque lo logrado en este encuentro no es poca cosa. Pero conviene no engañarse: se trata de una solución temporal que bajará decibeles a la diatriba comercial bilateral mientras las diferencias  permanecen allí, inalterables y profundas.

Es decir, Xi y Trump se quitan los guantes y ponen de lado sus diferencias por doce meses. Se trata de una paz relativa que se alcanza con niveles de aranceles admisibles de lado y lado, pero al no reducir el malestar de Washington por el desbalance comercial subyacente, a la vuelta de unos meses la intemperancia del presidente republicano se hará de nuevo presente.

Lo acordado es, pues, un paño caliente sobre una relación marcada por rivalidades estructurales que exceden con mucho lo económico y lo político. Tras la teatralidad del encuentro, las medias sonrisas y los comunicados de cooperación subsisten dos visiones irreconciliables del orden mundial.

Para Trump, la política exterior sigue anclada en la lógica transaccional: acuerdos que beneficien directamente a Estados Unidos en términos comerciales o de empleo. Xi, por su parte, se presenta como el defensor del multilateralismo y la estabilidad global, pero su proyecto es el de una China que expande su influencia económica, tecnológica y militar más allá de Asia.

El acuerdo comercial no toca los nudos reales de la disputa. Las tensiones en torno al control tecnológico, a la propiedad intelectual o al papel de empresas como Huawei o TikTok siguen intactas. Tampoco hay avances concretos en la competencia por el liderazgo en inteligencia artificial, energías limpias o semiconductores, donde ambos países se miran con una paranoica desconfianza.

En el plano político, la distancia es aún mayor. Washington sigue denunciando las violaciones de los derechos humanos en Xinjiang, el autoritarismo creciente en Hong Kong y la presión de Pekín sobre Taiwán, temas que China considera asuntos internos y no negociables. Cualquiera de estos frentes puede volver a encender las tensiones diplomáticas en los próximos meses.

A ello se suma la competencia geoestratégica en el Indo-Pacífico, donde Estados Unidos refuerza alianzas con Japón, Filipinas, Australia y la India a través del QUAD y de acuerdos militares que China interpreta como un intento de contención. En paralelo, Pekín amplía su influencia a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, consolidando su presencia en África, América Latina y el sureste asiático.

El encuentro entre Xi y Trump ha servido para ganar tiempo y evitar una escalada que nadie desea. En suma, esta tregua comercial es un armisticio, no una reconciliación.

La falta de desconfianza, las diferencias ideológicas y la pugna por la hegemonía tecnológica y geopolítica seguirán marcando la relación entre Washington y Pekín. Lo acordado hoy puede evaporarse mañana con un tuit o una maniobra militar en el estrecho de Taiwán. El diálogo, aunque necesario, no ha resuelto nada de fondo: pospone el próximo capítulo de una rivalidad que es definitoria ya del siglo XXI.

 

Beatriz de Majo

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