La elección de Rodrigo Paz como presidente de Bolivia a luego de diez y nueve años de imperio del MAS bajo Evo Morales y Luis Arce es vista por muchos analistas entre los cuales me incluyo como un signo de esperanza. Porque más allá de las cualidades individuales de Rodrigo Paz, la sucesión al autoritarismo demanda de dos cualidades políticas del liderazgo. La primera es el discernimiento de prioridades. Es decir, decidir acertadamente que se hace primero y que se hace después. Hoy está claro para todo el mundo que el pueblo Boliviano ha gritado Libertad. Luego de dos décadas de sectarismo político, impunidad para los gobernantes y caos económico el pueblo de Bolivia desea retomar los aburridos días cuando había dólares en el Banco Central, las reservas de gas crecían, no era menester presentar un carnet de partido para realizar un trámite con las autoridades del estado y la narrativa política era incluyente. Ejemplo de ello fueron los slogans de campaña y líneas centrales de gobierno de Victor Paz Estenssoro; Hernan Siles Suazo y Gonzalo Sanchez de Lozada. Para ellos el progreso de Bolivia se lograría mediante la libertad y la educación y ambos ingredientes fueron desplegados en sus gestiones. Rodrigo Paz viene de esa cepa pero añade a su portafolio de capacidades el hecho de haber sido alcalde. Los alcaldes son la frontera entre el estado y el pueblo y por ello saben leer el corazón de las gentes. Un alcalde prioriza las aspiraciones de la colectividad a las de las elites. Y esta virtud es esencial en las transiciones de autoritarismo a democracia. habrá que recordar acá la exitosísima gestión de Rómulo Betancourt en Venezuela. A esto se añade el hecho que Rodrigo Paz ha tenido que intervenir en muchas negociaciones políticas para poder garantizar la gobernabilidad de su región cuando era alcalde. Esta cualidad también le servirá para estabilizar una nación entumecida por el hambre y el terror donde nadie confía en nadie. Tendrá que reconstruir entonces la confianza entre gobernante y gobernados. Y desde luego no es desestimable el reto económico que confrontara Paz. Pero si lograse unir a los bolivianos dentro del estandarte de la libertad en democracia, la economía boliviana podrá resurgir recurriendo a sus reservas de litio, de elementos raros y de gas.
En Perú, por el contrario, la puerta giratoria instalada en la presidencia de ese país por las elites políticas podría estar dando señales de agotamiento. Desde 2022 el país ha sido sacudido por protestas masivas (algunas violentas) contra un sistema que le ha fallado a las grandes masas en dos acápites. En primer lugar la libertad. el pueblo peruano se siente agobiado por las excesivas regulaciones que asfixian u capacidad emprendedora al impedirles desarrollar negocios pequeños y exitosos. En segundo lugar, Perú no ha logrado hacer crecer su clase media pese a que su desempeño económico es quizás uno de los punteros de América Latina. Según la OCDE, Perú logró una tasa de crecimiento promedio anual del PIB de 5,1% entre 2000-2019, muy por encima de sus pares latinoamericanos. Pero esto no se ha traducido en mayor prosperidad para los estratos de menores ingresos. De hecho entre el 27% y el 29% de la población vive en pobreza y el 70% de la mano de obra se encuentra empeñada en la economía informal. Y es harto conocido que el trabajo informal ata a generaciones enteras a la pobreza y las aleja de la prosperidad. Y si bien Perú ha construido sólidos fundamentos macroeconómicos: baja deuda pública (en términos relativos), reservas considerables, no ha desarrollado servicios públicos de calidad que sirvan para el progreso humano de su población. En términos de concentración de riqueza solo Colombia le gana al Perú cuyo índice de Gini es 40.7. El 1% superior de los peruanos controla casi un tercio de los ingresos del país, mientras que el 50% más pobre posee solo alrededor del 6%. El COVID 19 resalto estas deficiencias del sistema político peruano y estamos viendo que la estrategia de las elites de apresar presidentes para calmar las ansiedades populares ya entro en la fase de rendimientos decrecientes.
En la primavera de 226 Perú deberá elegir un nuevo jefe de estado. Y si para ese entonces no aparece una fuerza política con suficiente clarividencia como para unir en una coalición prodemocracia a la pléyade de movimientos que participaran el resultado será una presidencia frágil, un congreso que invade las facultades del ejecutivo y un país paralizado por el descontento popular. Bajo esas condiciones la economía podría resentirse y el país caer en una etapa de crisis que podría degenerar en violencia incontrolable. Esa situación seguro impactaría negativamente a Ecuador y a Bolivia.
Beatrice E Rangel