“Si tienen fe del tamaño de un grano de mostaza… nada os será imposible”.
Mateo 17:20
La canonización de José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles no es solamente un acto religioso. Es una invitación a sanar el alma de un país herido. Frente a una nación rota por la violencia, el exilio y el desencanto, la fe vuelve a presentarse no como refugio escapista, sino como fuerza pública capaz de reconstruir la confianza que la política ha traicionado.
En tiempos de fractura y agotamiento institucional, muchos ven en la Iglesia un espacio de consuelo privado; otros la consideran distante del conflicto real. Pero hay momentos en los que la fe deja de pertenecer a los templos y se convierte en palabra para la historia. La canonización del llamado médico de los pobres y la fundadora de la congregación Las Siervas de Jesús es uno de esos momentos. No se celebra únicamente la santidad de dos personas, sino la posibilidad de que un pueblo recupere la certeza de que aún es capaz de producir luz.
Cuando la fe reúne lo que la política dispersó
Más de 8 millones de venezolanos viven fuera de su tierra. Las estadísticas la definen como crisis humanitaria. Pero desde la mirada del Evangelio, esa misma dispersión puede entenderse como un envío, una misión inesperada. Allí donde la política fracturó, la santidad puede recomponer.
Así sucedió en Polonia en 1979. Cuando Juan Pablo II habló a su pueblo, no ofreció estrategias políticas ni llamó a la rebelión. Simplemente les recordó que su dignidad seguía intacta. Ese recordatorio —aparentemente espiritual— se convirtió en fuerza histórica. Las estructuras no cayeron por confrontación, sino por erosión moral.
Venezuela vive algo semejante. Ya no existe solo como territorio, ahora es una memoria repartida. Una memoria que la canonización transforma en pertenencia. Deja de ser un país disperso y comienza a reconocerse como cuerpo vivo. La fe hace lo que la diplomacia no logra: devuelve identidad cuando todo lo demás invita al olvido.
De organización política a comunidad de esperanza
La narcotiranía puede controlar instituciones, fronteras y discursos. Pero no puede administrar el sentido. Cuando un pueblo recupera su dignidad, el poder del miedo pierde eficacia. La historia lo demuestra: los sistemas dominantes resisten sanciones y presiones, pero rara vez soportan el despertar espiritual de sus víctimas.
Por eso este momento no debe entenderse como exaltación piadosa, sino como oportunidad histórica. No se trata de esperar milagros automáticos, sino de reconocer que la santidad puede convertirse en plataforma de reorganización moral:
No como triunfalismo religioso, sino como servicio al bien común.
No como nostalgia del pasado, sino como propuesta de futuro basada en compasión y sacrificio.
No como etiqueta devocional, sino como criterio ético para todas las vocaciones públicas: políticas, militares, empresariales, comunitarias.
La santidad como estrategia silenciosa
Jesús enseñó que el verdadero poder no se impone, se entrega. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. José Gregorio lo entendió al ofrecer su vida por la paz en Europa. La madre Carmen lo entendió en su entrega callada al servicio eucarístico.
Sus vidas no fueron grandiosas en apariencia. Precisamente por eso son creíbles. Su camino muestra que la santidad no es evasión, es la forma más duradera de resistencia.
En ellos descubrimos que:
La obediencia puede ser firmeza sin violencia.
La mansedumbre puede ser fuerza sin soberbia.
El sacrificio puede ser acto político cuando se ofrece por los demás.
¿Puede una canonización abrir un nuevo comienzo?
Los analistas marcan los cambios históricos por elecciones o acuerdos. Pero las transformaciones verdaderas comienzan antes, cuando un pueblo decide volver a creer en sí mismo. El Muro de Berlín no cayó el día de su derrumbe, sino el día en que los ciudadanos perdieron el miedo.
Quizás hoy, en Venezuela, esté ocurriendo algo similar.
Quizás la frase “¡Venezuela es tierra de santidad!” empiece a ser más que una exclamación religiosa.
Quizás sea —como lo fue en Polonia “No tengáis miedo”— el inicio de un nuevo lenguaje civilizador.
Que san José Gregorio Hernández y la santa madre Carmen no sean solo estampitas en nuestras casas, sino compañeros de camino para reconstruir la patria con obras, con paciencia y con amor. Que viva Venezuela.
Que vivan nuestros santos.
Y que, en silencio y sin estruendo, comience una nueva etapa para nuestro pueblo.
Antonio de la Cruz