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Y fueron felices para siempre

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Y fueron felices para siempre

El cuento se acabó. Pedro Sánchez sigue en la Moncloa, como no cabía esperar de otra manera. Juntos, él y Begoña, su amada esposa citada en tribunales por presunto tráfico de influencias, han llegado a la conclusión de que sus diabólicos enemigos no pararán pero aún así vale la pena continuar para rescatar la democracia del fango, sobre lo que tanto ha alertado el rey Felipe VI al cuestionar los intentos secesionistas de los aliados, precisamente, de Pedro Sánchez. El lunes 29 de abril -día de San Pedro Mártir, en el santoral católico- Sánchez anunció su salida del calvario al que lo han sometido y con «más fuerza, si cabe».

Fin, pues, de una miniserie de cinco capítulos que mantuvo en ascuas a la audiencia. Las telenovelas venezolanas, cuando se producían, gozaron de gran éxito entre los televidentes españoles. No la llamada «telenovela cultural» de Cabrujas, Mármol y César Miguel Rondón. No, de las otras, las de lágrima suelta. Los cinco días de cavilación del presidente del gobierno español tuvieron todos los ingredientes de un culebrón: una pareja enamorada, atacada por unos desalmados; unos desalmados que salen de la más profunda y rancia oscuridad; miles y miles de hombres y mujeres puros que salen a la calle en prueba de amor progresista; y un final feliz.

No hay nada nuevo, como en los “culebrones”. Mucho, mucho antes, una  estratagema similar la urdió Richard Nixon cuando era candidato a la vicepresidencia de Estados Unidos en fórmula con Ike Eisenhower, aclamado héroe de guerra. La historia, que el periodista Pedro J. Ramírez refrescó en las páginas del diario que dirige, El Español, transcurrió a mediados del siglo pasado en medio de la campaña electoral,  perturbada por rumores de que Nixon y su esposa Pat usaban recursos de un fondo secreto, nutrido con aportes de donantes, para gastos políticos y también para algunos personales.

Eisenhower hizo saber que aquello estaba “moralmente mal” y Nixon se debatió en la idea de renunciar a su postulación. Pero amaba el poder tanto o más que a su mujer. Todo lo que se decía de él, argumentaba, era un plan de los comunistas y de la prensa liberal. Se le ocurrió, en medio de la desesperación, acudir en directo a todos los estadounidenses. Eisenhower aprobó el plan pero le hizo saber que esperaba al final de su intervención que anunciara su retirada.

El Partido Republicano compró espacios en prime time televisivo y Nixon le habló a una audiencia estimada en 60 millones de personas. Él y su esposa eran gente honrada, él amaba profundamente a Pat y  él veía a su país en peligro porque los comunistas se habían apoderado de 600 millones de personas en todo el mundo. Su continuidad la dejó en las cabezas del Comité Nacional Republicano y pidió a quienes lo veían que ayudaran a los líderes de su partido a tomar una decisión. “Escriban y telegrafíen si debo continuar o no”.

La treta dio resultado, llegaron millones de mensajes en apoyo a Nixon, que tocó las fibras íntimas del estadounidense medio. Eisenhower lo mantuvo en la postulación a la vicepresidencia pero, desde entonces, supo que nunca podría confiar en Nixon. Más de una década después llegaría a la presidencia de Estados Unidos, de la que salió con el escándalo de Watergate. A sus reconocidas dotes políticas le adjuntaron un apodo: “el tramposo”.

Sánchez, que no da puntada sin hilo, agrega un elemento novedoso al discurso de los populistas. Él dice insurgir contra ellos, contra la ola reaccionaria que recorre y polariza el mundo. El hombre que armó un pacto con las minorías nacionalistas de derecha e izquierda, que abogan por la independencia y el desmembramiento del Estado español, y puso en tensión a toda la institucionalidad democrática, sigue adelante acusando a sus contrarios -la desalmada derecha y los ultras- de la crispación política.

El presidente del gobierno español también le hizo una petición a los españoles, con tanta sutileza como claridad: que le voten porque ese es el antídoto contra su duda de seguir o no seguir. Y todos felices para siempre, como Pedro y Begoña.

 

Editorial de El Nacional

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