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Woody Allen: “Las relaciones humanas son difíciles, brutales y dolorosas”

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Woody Allen: “Las relaciones humanas son difíciles, brutales y dolorosas”

A días de la noticia de que Ronan, su hijo con Mia Farrow, sería en verdad de Frank Sinatra, el neoyorquino estrena aquí el jueves “Blue Jasmine”, en el que retoma un personaje femenino fuerte, interpretado por Cate Blanchett.

 

Woody Allen no parece un samurai. A los 77 años, parece un muñeco de acción de Woody Allen, tan diminuto y emblemático que uno tiene que atarse las manos para no tomarlo y colocarlo sobre la chimenea. La camisa verde le baila sobre el cuerpo y los pantalones sueltos le llegan hasta arriba de la cintura.

 

Tengo suerte de haber encontrado un hueco matutino para entrevistarlo, dice, extendiendo unos dedos mínimos: en estos momentos a las 4 ya está roncando. Sonríe tímidamente, con el ojo izquierdo entrecerrado y un audífono en un oído. Todo el mundo sabe que Woody es una persona amorosa, no peleadora. Al acercarse a los 80, eso no ha cambiado.

 

Y sin embargo sus dos recientes colaboradores lo comparan con un asesino japonés, un espadachín frío como el hielo. John Turturro, que dirigió a Allen en el papel de un cafishio en la película próxima a estrenarse Fading Gigolo, lo dice primero. “Seguro, un samurai”, se encoge de hombros.

 

“Es una de las personas más fuertes que conozco”. Después habla Cate Blanchett, a quien Allen dirigió en Blue Jasmine -que en la Argentina se estrena el jueves-. Se adueña de la palabra con algo parecido al alivio: “¡Sí! Un samurai muy chiquito con anteojos. Creo que le gustaría esa descripción”.

 

No le gusta. O, al menos, no lo reconoce. Hacen falta tres comentarios antes de que capte lo que le digo. “¿Un samurai?”, dice por fin. “No diría que un samurai”. Se ríe, horrorizado. Pero ellos tienen razón, Woody es un guerrero. Sólo que todavía no lo sabe.

 

La primera sorpresa de su nuevo filme es la calidad. La semana pasada, el crítico de The Guardian Peter Bradshaw le dio cinco estrellas a Blue Jasmine y dijo que era la mejor película que había visto en los últimos veinte años. Al admirador de Allen, acostumbrado a rendimientos decrecientes, le parece más un pequeño milagro que un a menudo elogiado “retorno a la forma”.

 

La segunda es su ferocidad.

 

Medianoche en París, su mayor éxito de taquilla, podría haber llevado al público a creer que el Allen de la última etapa estaba para la pipa y las pantuflas. Pero Blue Jasmine es una película brutal, una tragedia griega que despacha a una princesa de Park Avenue con una fuerte bofetada.

 

La idea fue de Soon-Yi, su esposa desde hace 16 años, quien le contó acerca de una amiga de una amiga, la esposa de un financista que implosionó después de enterarse de que su marido le era infiel y estaba involucrado en un fraude tipo pirámide de Ponzi. Los críticos no se privaron de remarcar la relación con la estafa de Madoff. A Allen esto no le convence.

 

“No. No tenía presente nada de eso -dice-. No les presto más atención que antes a los acontecimientos públicos. En la vida real, obviamente, voto, hago campaña por las personas que me gustan, me intereso en los acontecimientos públicos. Pero al escribir, no. Esto es estrictamente accidental”.

 

Jasmine, quebrada y temblorosa, se va a vivir al pequeño departamento de San Francisco de su hermana adoptiva Ginger (Sally Hawkins). La ruina no es definitiva. Consigue trabajo como recepcionista de un dentista y atrae a un pretendiente (Peter Sarsgaard).

 

Pero, en segundo plano, se nos dan pequeños detalles de lo que antes andaba mal. Y, como augurio casi igual de funesto, vemos los intentos de Ginger, que trabaja de repositora, de cambiar a su novio mecánico de autos, Chilli, por un modelo más de clase media, bajo la influencia de Jasmine.

 

Allen se muestra escéptico ante las teorías que dicen que la película es una versión moderna de Un tranvía llamado Deseo. ¿Es entonces un comunicado de servicio a la población? ¿Una advertencia a las hermanas que podrían empujarse mutuamente al abismo? (Allen y Soon-Yi tienen dos hijas adoptivas que hoy son adolescentes).

 

Allen descarta la posibilidad con cortesía. “¿Una fábula con moraleja? No. Sólo me pareció que era una situación psicológica interesante para una mujer. No es un personaje que yo habría escrito hace cuarenta años. No habría tenido la habilidad para hacerlo y no tomé contacto con este tipo de mujer hasta más grande, porque vivo en un barrio de clase alta en Nueva York”.

 

La trayectoria de la carrera de Allen puede trazarse siguiendo sus aventuras de género. En sus primeras películas, que eran “cómicas”, las mujeres eran accesorios atractivos. Después vinieron los años de Diane Keaton y la era de Mia Farrow y una serie de personajes femeninos que están entre los concebidos de manera más rica y compasiva. Después de la separación de Farrow en 1992, hubo una vuelta al estereotipo. Las cartas de amor volvieron sobre sus pasos y se convirtieron en caricaturas. Y ahora, de la nada, aparece una obra maestra.

 

Allen ya ha hablado de su afición por las “mujeres kamikaze”, que destruyen al hombre como efecto secundario; Jasmine está cortada de la misma tela, pero carece de encanto. Conforme avanza la película, uno espera revelaciones que le despierten compasión. Pero recibe más pruebas comprometedoras. Es un estudio de personajes. También es un asesinato de personajes.

 

Me sorprende, le digo, que no se pusiera más del lado de alguien que busca consuelo en un mundo de fantasía. “Uno se busca problemas, si hace eso”, dice, con preocupación en la voz. “Es algo muy seductor y lo he hecho en cierta medida, pero el precio es carísimo. Si uno trata de vivir la vida con otras personas en oficinas, en la calle y en las relaciones sociales, creo que puede ser atroz”.

 

Al verlo hablar, al mirar películas viejas o al verlo bromear con una pandilla de chicos en Fading Gigolo, es fácil olvidar que Allen es producto del Nueva York de preguerra. En un momento, me muestro despreciativa de los intentos de Jasmine de trepar socialmente montada en el carro de otro. Pero, dice Allen, las mujeres tienen derecho a sentirse con derecho.

 

¿Cómo se sienten los hombres con eso? “No creo que los hombres se hayan sentido a gusto con el progreso feminista”, dice sin pestañar.

 

La compasión es fuerte. La cordialidad sincera. A medida que envejece, dice, su sentimiento hacia los demás crece. “Con los años, uno empieza a ver qué difícil es la vida para la mayoría de la gente, lo fácil que es juzgar y criticar y estar fuera de una situación y dar cátedra y emitir sentencia. Pero a lo largo de las décadas, me he vuelto más tolerante de los defectos y errores de las personas. Todo el mundo los comete en abundancia.

 

Cuando uno es joven, piensa: ‘Esta persona es mala’ o ‘Esta persona es una idiota’ o ‘¿Qué le pasa?’ Pero después, conforme pasa la vida, uno piensa: ‘Bueno, no es tan fácil’. Hay mucho misterio, sufrimiento y complicación. Todos tratan de hacer las cosas lo mejor que pueden. Y no es un asunto tan fácil”.

 

Vuelve a sonreír con suavidad y dulzura. Lo dice de verdad. Sólo que es imposible conciliar tanta benevolencia con lo despiadado de su nueva película. Pero quizá sea para bien. El día que Allen tenga todo resuelto será el día en que tal vez deje de hacer cine.

 Fuente: Clarin

Traducción: Elisa Carnelli

 

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