Este año se conmemora el aniversario número cincuenta de la desaparición física de Winston Churchill; desde esa perspectiva vale hacer referencia a una de las facetas más importantes de este gran británico contemporáneo: la de parlamentario en una de las democracias más antiguas de occidente, la inglesa. En medio de un mundo sumido en las preocupaciones de la escalada terrorista que por su corte fanático y fundamentalista constituye la antítesis de la democracia, la fecha ha pasado de largo, desapercibida, lo que en modo alguno le resta méritos al hombre que se destacó en sus actuaciones como político y miembro del parlamento así como estadista de excelencia.
Winston Churchill es, sin duda alguna, uno de los hombres más extraordinarios de la historia reciente. A los veinte años fue el corresponsal de guerra más famoso de Inglaterra; desempeñó posteriormente varios cargos oficiales de relevancia: primer lord del Almirantazgo, ocupó carteras ministeriales, fue dos veces primer ministro de su país y ocupó escaños parlamentarios por seis décadas, siendo históricamente uno de los más votados por sus conciudadanos. En su vejez añadió a estos honores el habérsele otorgado el premio Nobel de Literatura, pero más allá de estos reconocimientos, Churchill ocupará siempre un lugar de honor en la historia de la humanidad porque combatió con decisión, convicción y energía contra los totalitarismos que a partir del siglo XX pugnaron por esclavizar el alma y el cuerpo de los hombres: el nacionalsocialismo y el socialismo marxista encarnado en el modelo comunista. Ambos fueron considerados por Churchill como enemigos mortales de la libertad y la democracia y contra los mismos se enfrentó con valentía.
En sus discursos parlamentarios y sus artículos de opinión, así como en sus libros, no ocultó su rechazo al socialismo marxista bajo todas sus máscaras, frente a cuya ideología sostuvo el siguiente argumento: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica de la envidia, su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”. En esa línea de ideas, ante la propaganda marxista que manejó falazmente una presunta analogía entre el cristianismo y el socialismo fue tajante y expresó: “Los primeros cristianos decían: todo lo mío es tuyo. Los socialistas dicen: todo lo tuyo es mío”. Asimismo replicó al discurso socialista que fustigaba la generación de riqueza considerando tal fenómeno como una malignidad; a los efectos, Churchill expuso un contraargumento: “Los socialistas creen que las ganancias son un vicio…Yo pienso que las pérdidas son el verdadero vicio”.
Churchill se movió como parlamentario entre las filas de los partidos Conservador y Liberal y desde esas plataformas asumió el compromiso de mejorar la calidad de vida de los trabajadores ingleses desde las perspectivas de un centro político con vocación social. Para él la democracia no solamente constituía un sistema político sino un sistema de vida que permitiese al hombre trabajar, progresar y crecer en paz, justicia y libertad. En esos aspectos radicaban los valores que de acuerdo a su criterio debían sostener una política social moralmente sana. Manifiestan sus biógrafos que Churchill consideraba que el gran enemigo de la clase obrera no era precisamente el capitalismo y los capitalistas sino el socialismo, convicción que le acompañó durante toda su vida. Igualmente, sus ideales políticos se nuclearon en la democracia y sus valores, razón por la cual sostuvo: “La democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás. Las críticas no serán agradables pero son necesarias. La alternativa fecunda el suelo de la democracia”. El voto lo llevó a ser gobierno y ser oposición. Churchill fue un parlamentario integral.
Correo del Caroní
