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Washington-Venezuela: ¿y ahora qué? (2)

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Washington-Venezuela: ¿y ahora qué? (2)


 
 
El señor Antony Blinken, propuesto por el presidente Biden para ocupar la Secretaría de Estado, ya esbozó las líneas centrales de la política hacia Venezuela. En primer término, calificó con claridad la índole del régimen y llamó a Maduro “un dictador brutal”. En segundo lugar, ratificó la línea de apoyo a Juan Guaidó y la Asamblea Nacional opositora. En tercer lugar, sostuvo que si bien no se levantarán sanciones, tal vez y como parte de un proceso más amplio las mismas serán objeto de reorganización y mejor focalización (targeting). Por último, Blinken estableció como objetivo político “elecciones justas y libres”, sin entrar en detalles acerca de condiciones y plazos.

 

 

Aunque esto no es nuevo, la instalación de otro gobierno en Washington facilita una reconsideración de la situación venezolana y sus perspectivas. En tal sentido, y como hicimos en nuestra anterior nota editorial acerca del tema, nos guiaremos con la ayuda de un razonamiento de Henry Kissinger en uno de sus estudios sobre diplomacia y relaciones internacionales. En este caso, Kissinger juzgaba la importancia de entender cabalmente y a tiempo los riesgos de la imprudencia y la temeridad, así como de la sobrestimación de las fuerzas propias y la subestimación de las del adversario, y escribió: “Debido a que no habían entendido la magnitud del peligro, no podían comprender la naturaleza del éxito”. En otras palabras: si no percibimos a tiempo las amenazas y trances a que puede llevarnos la contingencia de los asuntos humanos, difícilmente podremos captar a tiempo qué significa el éxito en determinadas circunstancias.

 

 

Para la oposición venezolana y para Washington resulta imperativo actuar con realismo y sensatez, con base en un equilibrio que deje de lado posturas maximalistas, desprendidas de la concreta y palpable realidad geopolítica que rodea el caso venezolano, así como de la asfixia que ahoga a nuestra sociedad. Ello significa desechar las posturas que entienden la diplomacia como un mero rumbo de concesiones, y no como un camino de logros viables, capaces de abrir nuevas etapas, sacudir el estancamiento de las cosas, y crear oportunidades para el logro de nuestra liberación.

 

 

Alertamos a nuestros compatriotas de la oposición, así como a los nuevos decisores en Washington, sobre la magnitud del peligro que acecha a Venezuela. Tal peligro no es otro que la posibilidad de que nuestro país prosiga su agonía durante años, o quizás décadas adicionales. No debemos eludir en nuestras reflexiones ese aún hipotético estado de cosas, que si bien no es inevitable tampoco es desdeñable como escenario conjetural hacia adelante.

 

 

De manera particular nos inquieta lo siguiente: existe una evidente asimetría geopolítica entre Washington y aquellos de sus principales rivales que inciden sobre Venezuela, es decir, Cuba, China, Rusia e Irán. Para los tres últimos Venezuela ofrece una gran opción, a relativamente bajo costo, de complicarle el tablero estratégico a Estados Unidos. ¿Para qué cooperar con Washington en hallar una salida a nuestra crisis, que implique el acelerado fin del régimen, si este último funciona eficazmente como espina clavada en el costado estadounidense? En cuanto a Cuba, su dependencia de Venezuela es mucho mayor, y los incentivos positivos que Washington le otorgó bajo Obama de poco sirvieron para siquiera remover un poco la osamenta de acero de la dirigencia castrista. No sabemos qué línea política concreta seguirán Joe Biden y su equipo con relación a La Habana, Pekín, Moscú y Teherán, pero un somero análisis nos sugiere que los obstáculos para que acepten algún grado de cooperación sobre Venezuela son inmensos.

 

 

La conclusión que se desprende de lo hasta ahora expuesto, así esperamos, es la siguiente: ha llegado la hora para la oposición democrática y para Washington de someter a revisión la estrategia acerca del caso venezolano, con base en los siguientes principios: 1) El camino diplomático incluye, no suprime, el uso de las presiones y sanciones, en un ejercicio permanente de incentivos positivos y negativos. 2) El nuevo gobierno en Washington tiene que hallar una nueva mezcla de “zanahoria y garrote” con respecto al régimen de Maduro, y no debería descartarse una intensificación de las sanciones a todos los niveles, si así lo aconsejan el rumbo de los eventos y las reacciones del régimen. 3) La oposición venezolana debe dejar de lado posturas maximalistas sustentadas en el pensamiento mágico, y actuar con sagacidad para fortalecer alianzas, pues nos hallamos en un momento de extrema debilidad y de máximo peligro.

 

 

Recuperarse no será fácil, lo sabemos, y no solo debido a nuestras divisiones internas, sino también a las limitaciones de la acción que podemos esperar desde Washington. A esto se añade, tema que será objeto de nuestra próxima nota, la naturaleza del régimen y su enmarañada dinámica de miedo, delirio ideológico, compromisos políticos y criminales, desdén por el sufrimiento del pueblo y codicia asociada a la expoliación del país.

 

Editorial de El Nacional

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