Crónica de unas vacaciones que se transformaron en una odisea para 470 venezolanos. Una verdadera odisea, narrada por una de las pasajeras que sufrió el quedarse varada en el aeropuerto de Barajas, en España
Sorpresa e incertidumbre. ¿Cómo que no hay avión? ¿Qué significa eso de “retraso indefinido”? Esas preguntas rondan en mi cabeza luego de despedirme de mi mejor amiga y su familia en Madrid. Después de madrugar, me encontraba en el counter de Conviasa en el aeropuerto de Barajas. Nos dirigían hacia otra fila, donde un autobús nos llevaría a un hotel. La gran pregunta surge en mi mente: ¿Cuándo regresaremos a Venezuela? Futuro incierto.
Cuando planifiqué el viaje con mi hija en 2013, con el objetivo de ver el concierto de One Direction, no pensé nunca que se transformaría en una aventura de supervivencia el regreso. Habiéndose cumplido el objetivo de las vacaciones, se acabaron los días felices. El cupo de Cadivi se extinguió desde hacía rato ya y debíamos retornar. Conviasa, aerolínea cuyo slogan es “el placer de volar”, ya había dejado varados a un grupo de pasajeros la semana anterior a mi regreso y pensé: seguro ya lo resolvieron. Me equivoqué.
El imprevisto se había transformado en un problema de magnitudes mayores, pues Blue Panorama, la empresa que presta el servicio de arrendamiento de flota, decidió suspender el contrato por falta de pago. Yo estaba en el grupo de 240 pasajeros del jueves que se sumaron a los 230 del martes (así nos diferenciábamos) para sumar 470 #venezolanosvaradosenmadrid. Con ese hashtag pudimos enterarnos y comunicarnos por las redes sociales de los detalles que padecíamos día a día. El calvario iba in crescendo.
Llegamos al Hotel Diana. Allí nos ordenamos en otra larga fila, donde tardamos unas tres horas y media en hacer el check in. Algunos comenzaban a desesperarse porque no lograban dar con la clave del Wi-Fi, la forma más rápida de comunicarse con sus parientes. Caímos en cuenta que la desesperanza aprendida a la que estamos acostumbrados en nuestro país traspasa fronteras.
Comenzaron a florecer los liderazgos e inmediatamente un chat de WhatsApp nos conectaba a orientales con caraqueños y maracuchos, entre otros. Hubo momentos de chistes, comentarios de política, links de las publicaciones que se hacían sobre nosotros en Venezuela y en España.
El lobby era como una gran plazoleta, el lugar de encuentro y donde se intercambiaban diferentes historias de quienes vivimos esta odisea. La señora a quien se le casaba su hijo; otra que esperaba ansiosa conocer el amor de su vida personalmente; otra a la que le nacía una nieta; el señor a quien se le acabó su dosis de insulina; los bebés que agotaron su ración de alimentos y de pañales, en fin. Cada caso era atractivo para las televisoras internacionales, dándole cobertura a lo que en Venezuela estamos acostumbrados, mientras que para ellos es algo asombroso e inusual, por tanto noticioso.
Siempre nos mantuvimos a la espera de la única persona que poseía información, Fernando Riego, representante de la aerolínea. Sus visitas se convirtieron en el único hilo de conexión con nuestro país. Su cara no animaba mucho y su discurso era escueto. “Pues, no tenemos nada nuevo. Seguimos esperando un avión…”. Jueves, viernes y sábado transcurrieron en el hotel como cárcel. Salir ya era un gasto, y de euros. Ya no quedaba más que la deuda en la tarjeta de crédito.
Llegó el domingo. Al señor de la cara inanimada no se le veía ya desde hacía más de 24 horas. En el grupo de WS se corrió el rumor de la buena nueva. Consiguieron un avión. Finalmente el lunes 28 Iberia y Blue Panorama solventaron el problema. Transportaron a los pasajeros con siete y cinco días de retraso. Los inconvenientes no cesaron al llegar a Venezuela. Las conexiones de algunos no pudieron hacerse. Paso seguido: recuperarse del cambio de horario y seguir adelante con un aprendizaje muy claro: no hay ningún placer en viajar sin la certeza de regresar.
Afectados
Mauricio Martínez. Corredor de seguros. Caracas. “Es una falta de respeto. Desorganización y negligencia, porque no tuvimos asistencia de ningún organismo del estado. Y parar cerrar con broche de oro a muchos compañeros les abrieron las maletas en el vuelo de regreso».
María Esperanza Argüelles. Psicóloga clínica, Valencia. “Al llegar perdí mi conexión con el tren (Renfe) por retraso de la aerolínea. Luego, el 24 de julio, me encuentro con que mi vuelo tiene un retraso indefinido, lo cual me causa un daño emocional porque yo tenía que llegar a trabajar».
Fuente: La Verdad
Por Amneris Gómez / noticias@laverdad.com