¡Vade retro, Evo!

¡Vade retro, Evo!

 

Serp i molot sería la trascripción fonética de серп и молот, el nombre ruso de la hoz y el martillo, símbolo de la unión entre proletarios y campesinos que, con la estrella roja, aparecía en la bandera soviética y fue adoptado por los comunistas de todo el orbe como logotipo de sus franquicias, y lo lucían orgullosamente convencidos de que la revolución era inevitable y que, tarde o temprano, se impondría en el mundo.

 

 

Pero la utopía comenzó a resquebrajarse cuando salieron a la luz los horrores del estalinismo y, a raíz de las invasiones a Hungría y Checoslovaquia, quedó claro que la URSS era fuera de sus fronteras tanto o más despótica que dentro de ellas.

 

 
Con la caída del muro de Berlín y el puntillazo de Gorbachov, la humanidad le dijo adiós al fulano emblema que hoy está proscrito en algunos de los países que fueron víctimas del vasallaje ruso y, en términos de representación, se le equipara con la esvástica. Claro, siempre hay nostálgicos como los neonazis cabezas peladas y los camisas rojas del socialismo siglo XXI. Esto lo sabe Francisco.

 

 

Al contrario de las violentas connotaciones del simbolismo comunista, la cruz de los cristianos postula amor: “Por la cruz, el hombre ha aprendido a amar a su semejante, y a ver al que está cerca como prójimo”, predica un modesto clérigo que, piensa, puede contribuir a la bienaventuranza de las almas y al bienestar material de su feligresía.

 

 

Para ello no necesita un Kaláshnikov, sino de su espíritu emprendedor. Ha habido y habrá religiosos que han empuñado las armas, inmolándose en nombre de la Teología de la Liberación. También ha habido pastores –Arnulfo Romero, verbigracia– que han perdido la vida defendiendo, por vía pacífica, su ministerio y su grey. Esto lo sabe Francisco y olvida el taimado Evo.

 

 

En razón de lo que sabe, el Vicario de Cristo pidió perdón por los desmanes de la Iglesia que afectaron a nativos de estas tierras; el amnésico y ladino Evo sorprende a Francisco con lo que pareciera una boutade que un periodista de El País (España) juzgó extralimitación: “Quizá fue demasiado lejos al intentar entregarle un crucifijo con la forma de la hoz y el martillo”.

 

 

El crucifijo comunista, como han dado en llamar al insólito regalo, fue diseñado por Luis Espinal Camps –sacerdote jesuita que “puso su fe al servicio de los mineros” y, por ello, fue torturado y asesinado por la dictadura de Luis García Meza (1980)– y con él procuró el populista que vende hojas de coca magnificar el espaldarazo que, para su gobierno, sería la visita papal.

 

 

El gesto, sin embargo, debe ser visto como un intento de sustentar con significantes distintos un discurso que no puede seguir descansando en figuras pulverizadas por la historia (por eso la omnipresencia de Bolívar y Jesús en el imaginario chavista de exportación).

 

 

En el portal Perú 21 se afirma que al recibir el souvenir, Bergoglio dijo: “Esto no está bien”; quizá ha debido enviar el serp i molot muy largo al infierno y exclamar ¡Vade retro, Evo!

 

Editorial de El Nacional

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