A veces en la vida política de América Latina, una región de la que siempre se esperan mejores cosas, sopla un aire fresco. Viene del sur, de una de las naciones más pequeñas de Suramérica. No tanto por quién ganó o quién perdió las elecciones del domingo, sino por el proceso en sí mismo y el propio día de la elección. Desde Venezuela, atrapada por un régimen que borró toda noción de decencia en el combate político, hay que apreciarlo con sana envidia y con la certeza de que sí es posible vivir en democracia, un asunto muy caro hoy en el mundo globalizado.
El ganador del balotaje uruguayo, Yamandú Orsi, del izquierdista Frente Amplio, se expresó así en la noche de la victoria: “El mensaje no puede ser otro que abrazar el debate de ideas. Así se construye una república democrática. Larga vida a los partidos políticos de Uruguay. Triunfa una vez más el país de la libertad, de la igualdad, también de la fraternidad, que no es nada más ni nada menos que la tolerancia y el respeto por los demás. Sigamos por ese camino”.
Y su contrincante perdedor, Álvaro Delgado, cabeza de una alianza de centro derecha en la que también participa una mínima expresión de lo que se identifica como extrema derecha, respondió así: “Esta coalición está dispuesta a que si se necesita una mano en pos del país, les damos las dos”.
Los venezolanos, que parecen curados de espantos, podrán pensar que el mensaje de Orsi les recuerda el que en su día dijo el finado Hugo Chávez cuando se encaramó en el poder. O tantos líderes latinoamericanos, y no solo, que prometen el cielo y la tierra en la euforia del triunfo. Pero hay notorias diferencias.
Uruguay es reconocida como una de las más sólidas democracias en la región, la nación que más crece en su economía y en su clase media. Hace 40 años salió del túnel de una dictadura militar, que engordó las prisiones y desapareció literalmente opositores, y desde entonces se ha dedicado con esmero a regar las bases de un espíritu ciudadano de convivencia, que permite que este viraje político, del centro derecha a la izquierda, esté lejos de ser traumático como tampoco lo fue cuando hace cinco años los uruguayos votaron lo contrario.
Al gobierno de Luis Lacalle Pou, que finaliza su mandato, se le agradecerá desde Venezuela su posición contundente y sin medias tintas en defensa de la lucha democrática del pueblo venezolano y su constante llamado a dejar de lado la “hemiplejía política” que se hace la vista gorda con los derechos humanos dependiendo de quién sea el violador. Es decir, la política bien entendida y mejor practicada debe tener un puñado de principios inamovibles que ni los nuestros ni los puestos pueden soslayar.
Alguna prensa, interesada y simplista, observa que en Uruguay se detuvo la ola conservadora que tiene a Trump y a Milei a la cabeza en esta parte del globo. Es la visión del progresismo hemipléjico. La derecha uruguaya es una expresión civilizada de la política, en las antípodas de la descalificación de sus rivales y con la cual Yamandú Orsi tendrá que dialogar y negociar para seguir haciendo de su pequeño gran país la referencia democrática que es.
Editorial de El Nacional