Moderse las uñas no es solo una manía poco estética que proyecta siempre una mala imagen; en casos extremos, también afecta a la salud.
Onicofagia es como se denomina este hábito. Se trata de una patología de carácter psicológico que aparece en la niñez y, como tal, puede precisar de ayuda especializada. Es cierto que a causa de la estética y de lo mal que quedan unas uñas mordidas, la mayoría de las personas, sobre todo las mujeres que lo padecen, cuando crecen abandonan esta práctica. Pero no es nada fácil y suele haber recaídas.
El inicio de esta mala costumbre se debe, según los psicólogos, a la presión que rodea al niñoa todos los niveles, y que es la culpable de que se produzcan cuadros de angustia y estrés que derivan en este acto como vía de escape. En la mayoría de los casos, este acto puntual se convierte, con el paso del tiempo, es una auténtica manía que inflige un daño incuestionable a la imagen. Enseñar las manos con unas uñas destrozadas dice mucho de la persona y genera complejos y problemas sociales.
El caso es que, si el hábito persiste, se puede afectar a la estructura de las uñas y a su crecimiento, porque al morder se generan micro roturas que la obligarán a crecer de manera desigual, a capas, sin cubrir toda la superficie de la carne, y todos estos inconvenientes tienen que ser tratados de por vida.
Como si fuera poco, morderse las uñas tiene consecuencias dentales, al estar constantemente golpeando unos dientes contra otros a la hora de realizar el movimiento de mordida. Esto lo que hace es aumentar el desgaste de la zona y la sensibilidad de las piezas dentales por pérdida de esmalte. Además, al ser las uñas un foco activo de microorganismos, la transmisión de bacterias y hongos por vía oral puede desencadenar una infección en la mucosa de la boca.
Los problemas están claros. Pero, ¿qué hacer entonces? Hay varios métodos, en apariencia muy sencillos, para romper este hábito. Desde pintarse las uñas (mejor con tonos llamativos para detecarlas en cuanto nos las llevamos a la boca); usar uñas artificiales (que además sirven para reforzar las uñas naturales y dejarlas crecer por debajo) o aplicar un producto de sabor amargo para disuadir.
Aunque lo mejor, por supuesto, es atacar directamente a aquello que nos provoca estrés y ansiedad y que solo encuentra en este mal hábito una vía de escape.
Fuente: Mujer Hoy