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Una nueva ola de violencia contra inmigrantes sacude Sudáfrica

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Una nueva ola de violencia contra inmigrantes sacude Sudáfrica

En las dos últimas semanas Sudáfrica ha experimentado un alarmante brote de violencia focalizado hacia los extranjeros. El país, apodado la nación arco iris por su diversidad y carácter acogedor, está sufriendo un aumento de los discursos y actitudes de carácter xenófobo que alimentan los actos violentos.

 

 

 

Cerca de dos millones de extranjeros viven en Sudáfrica, la mayoría de ellos procedentes de otros países africanos, especialmente de Zimbabue, Nigeria y Somalia. En un estado con la economía estancada, castigado por una tasa de desempleo que ronda el 30% y con la mitad de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza, algunos locales acusan a los extranjeros de quitarles sus puestos de trabajo y de participar en actividades delictivas como el tráfico de drogas y la prostitución, responsabilizándoles asimismo de la alta criminalidad que asuela el país.

 

 

 

Marcha contra inmigrantes y altercados

 
El pasado viernes día 24 se convocó una marcha en Pretoria, capital ejecutiva de Sudáfrica, para protestar por la presencia de nigerianos, zimbabuenses y pakistaníes en situación irregular. La manifestación, que contaba con el permiso de las autoridades y pretendía ser pacífica, acabó enfrentando a sudafricanos y extranjeros. La Policía disparó gases lacrimógenos y balas de goma para dispersar a la multitud, que estaba apedreando coches y quemando neumáticos para bloquear las calles de la ciudad. Al menos 136 personas fueron arrestadas.

 

 

 

En las últimas semanas, decenas de hogares y negocios regentados por inmigrantes han sido saqueados e incendiados en varios suburbios de Johannesburgo y Pretoria. El 11 de febrero un grupo de vecinos de Rosettenville quemaron al menos una docena de casas, en su mayoría ocupadas por extranjeros, que según ellos eran utilizadas a modo de burdeles y para el tráfico de drogas. Dichos ataques se han producido principalmente en municipios humildes, donde algunos residentes consideran a los inmigrantes competencia directa para los puestos de trabajo, oportunidades de negocio e incluso en el acceso a la escasa oferta de viviendas.

 

 

 

La raíz de la violencia

 
Con el fin del Apartheid y la transición a la democracia en 1994, Sudáfrica se abrió al mundo y se generó un flujo constante de inmigrantes africanos que se dirigieron hacia el sur en busca de una vida mejor, atraídos por las oportunidades que la economía de mayor crecimiento del continente ofrecía.

 

 

 

A día de hoy Sudáfrica es el país que acoge el mayor número de inmigrantes en África. Sin embargo, los extranjeros han sido blanco de ataques xenófobos a lo largo de las últimas décadas, siendo especialmente agitada la etapa comprendida entre 2008 y 2015. Más de 60 personas murieron a consecuencia de ataques violentos en 2008 y otras 50.000 se vieron obligadas a huir de sus casas. En 2015, el Ejército tuvo que tomar las calles para restaurar el orden tras la muerte de siete personas.

 

 

 

Loren Landau, catedrático de Movilidad y Políticas de Diversidad en el Centro Africano para la Migración y la Sociedad de la Universidad de Witwatersrand analiza, para ABC, la naturaleza de dicha violencia: «Cuando las personas son atacadas exclusivamente por lo que son y no por lo que individualmente han hecho, hablamos de xenofobia», afirma. Según explica, existe una aversión generalizada a los extranjeros, heredada de la era del Apartheid, cuando se utilizó mano de obra inmigrante para minar el poder económico y político de los sudafricanos negros. Landau asegura que los recientes ataques son contra personas de determinadas nacionalidades independientemente de su estatus legal (ya sean inmigrantes en situación regular o irregular). «Esto no es afrofobia como dicen algunos. Se trata de personas que reclaman su espacio en los municipios y comunidades en las que viven. Cualquier persona a la que los locales consideren foránea está en riesgo de discriminación». El profesor recuerda que en otras ocasiones los asiáticos que viven o trabajan en dichos municipios también han sido blanco de los violentos. Sin embargo, este ensañamiento no se extiende a los europeos debido a que éstos normalmente no forman parte de sus comunidades.

 

 

 

«Los ataques tienen su raíz en varios factores y cada incidente tiene su propia dinámica. En general las causas provienen de un profundo descontento con los servicios, la vivienda y la seguridad. Sin embargo, estos factores son generalizados y esta violencia sólo ocurre en áreas muy concretas afectadas por la falta de liderazgo político y por grandes desigualdades socio-económicas. Estas divisiones crean un aliciente para la movilización y determinados agentes políticos y socio-económicos usan a los extranjeros como chivo expiatorio o como un recurso para contentar a sus partidarios e intentar ganarse determinados sectores del electorado» explica el experto en migración.

 

 

 

El presidente sudafricano Jacob Zuma ha condenado enérgicamente los actos de violencia ocurridos recientemente entre locales e inmigrantes: «No somos un país xenófobo», rezaba su comunicado del 24 de febrero. Zuma ha anunciado que las autoridades seguirán persiguiendo tanto a los trabajadores en situación irregular como a aquellos que cometan cualquier acto delictivo. En opinión de Landau, sin embargo, el Gobierno no está haciendo todo cuanto está en su mano para frenar estos ataques violentos.

 

 

 

Determinados grupos de opinión van más allá y culpan directamente al Ejecutivo sudafricano de no crear suficiente empleo y oportunidades económicas para sus ciudadanos, hecho que habría provocado esta reacción violenta contra los extranjeros. Para muchos, el sentimiento anti-inmigrante no proviene de la comunidad que aloja a aquellos procedentes de otros países, si no de los representantes políticos. Recientemente, el alcalde de Johannesburgo, Herman Mashaba, de Alianza Democrática, fue duramente criticado después de declarar que los inmigrantes ilegales están vinculados a las actividades criminales en la ciudad. Tanto el CNA (Congreso Nacional Africano, partido en el gobierno nacional) como los grupos contra la xenofobia han arremetido contra Mashaba y su partido, culpándoles, incluso, de los recientes ataques contra propiedades que pertenecen a extranjeros. No obstante, funcionarios del CNA han hecho declaraciones en la misma línea recientemente y también en el pasado.

 

 

 

«El Gobierno ha llegado incluso a negar en varias ocasiones que la xenofobia exista en este país. Es más, en el Plan Nacional de Acción contra el Racismo, la Xenofobia y otras Intolerancias relacionadas apenas se menciona la xenofobia y no hay planes para combatirla·, denuncia el profesor universitario.

 

 

 

Malestar en otros países
El resurgimiento de la violencia contra los inmigrantes ha provocado indignación en otros países africanos. Uno de los principales afectados, Nigeria, ha reaccionado convocando al máximo representante de la diplomacia de Sudáfrica en su territorio para transmitirle su preocupación ante estos episodios violentos. Los altercados ocurridos en Sudáfrica tuvieron su réplica en Abuja, capital de Nigeria, donde manifestantes atacaron las oficinas de la compañía de telefonía móvil sudafricana MTN en protesta por las agresiones perpetradas contra sus conciudadanos.

 

 

 

Pese a esta nueva oleada de violencia, el profesor Landau no cree que estos ataques frenen el flujo migratorio procedente de estos países puesto que «los incentivos económicos son mucho más fuertes», y destaca que hay cientos de miles de inmigrantes que viven «relativamente en paz» en tierras sudafricanas. «Lo que sí puede pasar es que se dañen las relaciones internacionales, el comercio y la autoridad moral de Sudáfrica», sentencia.

 

 

 

El fin de la violencia requiere de múltiples factores y Landau expone que queda mucho trabajo por delante: «La policía y la justicia deben perseguir y procesar a quienes están detrás de los ataques. También necesitamos un enfoque en la planificación urbanística que incentive la colaboración y no el conflicto. Otro paso necesario sería implantar medidas legales contra aquellos que promulguen discursos del odio. Lo que no funcionará –o al menos no funcionará por si solo- es la educación pública y los esfuerzos para promover la comprensión cultural. Éstos son valiosos en sí mismos, pero no detendrán la violencia», concluye.

 

 

 

 

 

Fuente: ABC

Por Confirmado: Gabriella Garcés

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