Una maldad electoral

Una maldad electoral

Esta campaña presidencial que, como vemos a diario, no alcanza siquiera a reunir más gente que una fiesta patronal, está no solo carcomida por el cinismo más descarado que los venezolanos han presenciado en vida (y vaya si hemos visto los suficientes como para estar curados de espantos), sino que también muestra una cara cruel y despreciable que no es costumbre en estos saraos comiciales. Se trata de la manera en que el régimen del señor Maduro vapulea sin cesar a los más débiles y desahuciados de la vida, negándoles tanto sus derechos fundamentales como el acceso a los cuidados médicos y a las medicinas necesarias para mejorar sus condiciones de sufrimiento.

 

 

Extraña campaña electoral esta de Maduro en el transcurso de la cual ofrece el cielo (ahora es cristiano, pero no católico) y promete reconstruir, reiniciar o retomar cualquier obra real o ficticia para dar la impresión de que va a inaugurar la isla de la felicidad prometida tiempo ha por el muerto. Pues ni lo uno ni lo otro, pues, como bien lo sufren los venezolanos de a pie (los ladrones de petrodólares pasan raudos en camionetas blindadas), nada urgente está escrito en el plan de gobierno rojo rojito (con el perdón de Rafael Ramírez) para arrancar una operación que debería ser etiquetada: “Rescate de Venezuela”.

 

 

 

 

Ahora que el chavismo huele mal entre los integrantes de la camarilla civil y militar (la palabra camarilla le gustaba mucho a Lenin) es tiempo de preguntarse cuánto tiempo falta para que se sepulte el cadáver convertido en bandera sin asta, la figura descolorida y deshilachada de Hugo Chávez. Ya se han enterrado y desterrado los oficiales que los rodearon y que su única culpa es ser depositarios de la idea original de la revolución del patético e infantil juramento del Samán de Güere. Esa memoria los persigue y los atormenta, es ese fantasma inevitable que aparece en tantas estremecidas obras de teatro para martirizar la conciencia de los traidores.

 

 

 

Si Maduro tuviera el atrevimiento de criticar las locuras de su padre, ergo Hugo, haría un inventario de lo tanto y mucho que este inventó. Y desde luego el inventario siempre sería ficticio porque perseguir locuras es un placer literario y no un acto administrativo. Al menos esto pensaba el Quijote. Seguir reinaugurando fracasos anteriores a su protagonismo presidencial (uso la palabra con desdén inevitable) nos dice mucho sobre la mala suerte que nos espera gracias a una camarilla militar insaciable. Aprovechemos de paso para recordar que el muerto jamás toleró, en principio, las raterías militares y sus desmanes. Pero hoy es una plaga que se extiende.

 

 

 

Ayer, como bien lo dice El Nacional, Virginia Segovia de Bolívar, docente y presidente de la Fundación Ayuda al Niño con Cáncer del estado Carabobo, aseguró que ha solicitado más de 10 veces a las autoridades del IVSS y del Ministerio de Salud una audiencia para que acepten la apertura de un canal que permita el ingreso de medicamentos necesarios, “pero no ha recibido respuesta”. Y Maduro bailando, y si bailara bien se le tolera. Pero al ver su figura uno desearía que alquilara una agencia de mudanzas de muebles. Y que se ocupara de los niños: solo en los últimos 16 meses “han fallecido casi la mitad de los 147 niños con cáncer que atiende la fundación”. El baile de la muerte.

 

 

Editorial de El Nacional

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