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Una era de solidaridad

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Una era de solidaridad


 
 
 Ante los actuales desafíos, no queda sino jugársela toda por el multilateralismo.




Bajo el lema ‘Crear resiliencia a través de la esperanza’ tiene lugar en Nueva York, hasta mañana, el periodo 76 de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Tras realizarse de manera virtual el año pasado, una buena cantidad de líderes del mundo pronunciaron otra vez sus discursos con el icónico fondo verde menta. Y fue ahí donde el secretario general, el portugués António Guterres, dirigió unas palabras de apertura que retumbaron fuerte.

 

 

No era para menos. Presentó un diagnóstico desolador del estado de cosas del orbe. “Estoy aquí para hacer sonar la alarma (…). Nuestro mundo nunca ha estado más amenazado. O más dividido. Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida. La pandemia de covid-19 ha sobredimensionado las flagrantes desigualdades. La crisis climática está golpeando el planeta”. Habló también de la creciente desconfianza y lanzó un desesperado llamado a la solidaridad.

 

 

Hay que ser claros en que de todo se puede calificar el discurso del secretario general, menos de alarmista. Sus preocupaciones y advertencias son fundadas, y su llamado a una mayor solidaridad resulta más que pertinente. El discurso da testimonio de cómo tiende hoy a disiparse la esperanza que surgió a la par con el desconcierto y la incertidumbre de los primeros días de la pandemia y que invitaba a ver este episodio como un parteaguas de la historia en sentido positivo. Ayudan a ahuyentarla realidades como la de la inequidad en el acceso a las vacunas contra el covid-19, las dramáticas imágenes de los afganos y afganas huyendo desesperadamente del regreso de los talibanes, la crisis migratoria en la frontera sur de Estados Unidos y el pesimismo de muchos expertos en la víspera de la crucial cumbre COP26 de Glasgow, donde los firmantes del Acuerdo de París deberán renovar sus compromisos de reducción de emisiones con el objetivo de evitar una catástrofe. Ante semejantes desafíos, Guterres fue enfático en que cualquier salida tiene que pasar necesariamente por el multilateralismo.

 

 

Pero ocurre que el multilateralismo esbozado como luz al final de un oscuro túnel requiere liderazgos robustos y duraderos. No es realista esperar a que el mundo adopte una misma partitura frente problemas tan serios sin un país, o un bloque, que sepa llevar la batuta y logre, incluso, incorporar a la sinfonía, de alguna manera, las voces más disonantes. Aquí todos los ojos apuntan a Estados Unidos como primera potencia mundial. No obstante, la intervención posterior de Joe Biden, si bien dio bastantes puntadas en esta línea e intentó transmitir cierta dosis de optimismo, dejó la sensación de que lejos siguen los días en los que su país contaba con los recursos y la autoridad moral para asumir una tarea de semejante calado.

 

 

No es realista esperar a que el mundo adopte una misma partitura frente problemas tan serios sin un país, o un bloque, que sepa llevar la batuta

 

 


Es un hecho que las buenas intenciones de Washington no terminan de calar. La política interna continúa siendo un pesado lastre en el esfuerzo del mandatario demócrata para que su país retome el sitial que alguna vez tuvo. Poco ayudan a este propósito hechos como la reciente crisis entre París y Washington por el acuerdo firmado entre este último y Australia para la compra de submarinos nucleares, dejando de lado la negociación que ya tenía adelantada el país oceánico con Francia. Tampoco, la deportación masiva de migrantes haitianos por la Casa Blanca. Queda en el ambiente la impresión de que las siempre bienintencionadas palabras del mandatario no son todavía suficientemente respaldadas por hechos.

 

 

En este contexto, y sin duda consciente de la necesidad urgente de liderazgos de distinto alcance, intervino también el martes el presidente Iván Duque. El mandatario centró su discurso en la manera como el país ha buscado liderar la respuesta regional a la crisis migratoria generada por la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, de forma fraterna y, a juicio de buena parte de la comunidad internacional, ejemplar; en la respuesta al desafío de la pandemia y en las tareas que le corresponden al país en el esfuerzo por evitar que el planeta siga calentándose. En este aspecto subrayó los avances logrados en los últimos tres años en el estímulo de energías renovables, multiplicando por veinte la capacidad de generación instalada.

 

 

Pasos como este, que se suma a anuncios de enorme trascendencia como el que hizo el presidente chino, Xi Jinping, de que su país dejará de financiar la generación eléctrica a base de carbón en el mundo, y el del mismo Biden, de una donación de 500 millones de vacunas adicionales, alimentan, pese a todo, la esperanza. Es de esperarse, entonces, que lo que está en juego, la supervivencia de la especie, haga de la solidaridad una constante, no un gesto aislado. Solo así la competencia podrá cederle su lugar a la cooperación, a liderazgos que inviten cada vez más a pensar en clave colectiva, que es a lo que hoy, en últimas, obliga tan desafiante realidad.

 


editorial@eltiempo.com

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