La marcha universitaria del pasado sábado no fue convocada por los partidos políticos, pero fue un éxito. No contó con el apoyo de la televisión ni con recursos económicos para su organización, pero llenó con creces las expectativas. Afrontó las trabas que habitualmente pone el Gobierno para evitar las demostraciones de quienes considera sus adversarios, pero las superó con la presencia de millares de manifestantes en las calles de Caracas. Fue una fiesta cívica y democrática, un testimonio de dignidad desde Plaza Venezuela hasta la avenida Victoria, como no se veía desde la última campaña electoral.
Se desarrolló en forma insólita, un rasgo que debe destacarse frente a la rutina de las manifestaciones de los últimos tiempos. Los organizadores no buscaron protagonismo, nadie se quiso hacer dueño de la multitud, nadie levantó una tarima para que lo aclamaran, cada quien hizo lo que pudo debido a la modestia del bolsillo, los estudiantes y los profesores marcharon con sus respectivas escuelas y facultades sin competir entre ellos, las consignas no se salieron de su propósito fundamental de defender los intereses del alma máter, ningún grito insultante o malsonante contra nadie, ninguna intención de subvertir el orden público ni de anunciar tiempos mejores a la fuerza.
Todo fluyó con una espontaneidad poco común porque todos marcharon por la universidad y sólo por la universidad, en medio de una sensación de transparencia que le dio a la manifestación un aire de honradez capaz de sugerir rumbos a las protestas del futuro.
No marchó una aglomeración dispersa o desordenada que ignoraba las razones de su movimiento, sino una masa consciente como pocas de porqué estaba donde estaba, de la profundidad histórica de su lucha, de la ignominia contra la que se levantaba, de los objetivos que procuraba y de cómo debía actuar para que no la confundieran con una protesta común y corriente.
Algunos políticos se aventuraron a usarla como pasarela, pero con comedimiento. No pudieron desplazar a los verdaderos protagonistas, a la gente genuina de la universidad, o no se atrevieron a meterse en camisa de once varas. Los partidos tampoco mostraron sus colores y consignas, o lo hicieron con recato, seguramente por la misma razón.
En la marcha del sábado la universidad le mostró a la sociedad sus mejores cualidades. Se supo distinguir en una escena en la cual faltan alicientes para moverse con una contundencia capaz de provocar el convencimiento pleno de las mayorías. Fue portavoz de una causa libre de dudas, en suma, rasgo que debería ser analizado por los factores que hasta ahora han luchado contra el régimen sin llegar a buen puerto. A la marcha universitaria no se le vio la costura. Con todas las limitaciones que pueda tener, reales o inventadas, la academia salió del campus a sentar cátedra
Editorial de El Nacional