Este fin de semana los venezolanos leyeron un artículo extremadamente lúcido y certero sobre el gobierno del PSUV en estos años de luto (parcial desde luego) que han seguido luego de la partida del inmortal comandante que, empeñado en querer llevarle la contraria a Nicolás y Cabello, se niega a desaparecer de escena, a pesar de que el dúo, al cual le han agregado un par de refuerzos (un sirio y un militar), se empeñan en escupir contra el país en su conjunto.
Porque este gobierno, sin querer queriendo, ha terminado por dar palos de ciego y, como es de esperar, en la oscuridad pagan inocentes y pecadores, aunque estos últimos tengan vista de águila y se aparten a tiempo, pero los garrotazos los rozan para que sientan miedo. De allí que reculen en su indignación y su instinto malandro que les dice que por allí no es, que esa actitud de “yo soy el que mando” no va para ninguna parte porque los barrios, como los llaneros, no se dejan naricear, como diría Rómulo Gallegos.
En este momento quienes apuestan a la camarilla militar y civil saben perfectamente bien que perdieron su dinero porque ya el caballo ganador está cojo y a punto de ser retirado por los que, los del oportunismo, buscan salir del callejón expulsando a los civiles y asumiendo la jefatura del gobierno. Mal camino, desde luego, porque heredan un país en llamas que no quiere un régimen militar y mucho menos si estos oficiales han sido cómplices de los cubanos.
La oficialidad está en un dilema que no es fácil: ser obediente o ser patriota, ser militante de un partido corrompido que incluso destroza y pisotea la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, o ser guardián de los principios de una carta magna que su jefe dibujó y proclamó, o mejor dicho, enseñó con empeño diario y permanente. ¿Soldado que traiciona a su jefe, soldado que mata a venezolanos indefensos, soldado que saquea las humildes viviendas de los ciudadanos más desprotegidos? Nada de eso tiene que ver con una sociedad de convivencia y paz.
Maduro no es, como dicen por allí, un tonto útil. Un presidente puede ser tonto pero lo intolerable es que se sea inútil. Ante ese dilema no existe otra salida que aquella que todos los venezolanos le pedimos. No puede apelar, en su mundo neurótico, a que los ciudadanos de este país y aquellos que están afuera salgamos a darle un apoyo a una jugarreta que sólo busca salvar el naufragio que usted ha causado.
Lo único que puede ser salvado es la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que ustedes, cúpula podrida del PSUV, pretenden “salvar”. ¿Salvar de qué? ¿De la estafa de política que ustedes han cometido? ¿Como podemos ir a una constituyente para salvarlos?
Ninguna sociedad aclama a sus bandidos, a sus tahúres, a sus pillos. Es necesario establecer límites sensibles, reglas que vayan más allá de las reglas jurídicas y que se inspiren en algo más que la rigidez de las normas. De alguna manera debemos detener la ira popular y el clamor de la venganza, la rabia que anida en los sectores de la población. No lo sabemos, pero sí alertamos sobre las fronteras de la ira y la tolerancia.
Editorial de El Nacional