En muchas maneras, Caiden Moran es un niño promedio de cinco años. Corre alrededor de su jardín delantero, se sube a los árboles y juega con su hermano, la única diferencia que quizá puedas notar es el pequeño dispositivo a un lado de su cabeza.
«Caiden nació, y antes de salir del hospital le hicimos la prueba de tamizaje de audición para recién nacidos. Y salió mal, entonces volvimos una semana más tarde, le hicimos la prueba y otra vez salió mal», dijo su madre Danielle Moran.
Caiden nació profundamente sordo, sin cócleas… una parte del oído interno que convierte el sonido en impulsos nerviosos y los envía al cerebro. En el momento en que los doctores confirmaron que el bebé Caiden era sordo, su padre Tommy –miembro de la Marina de los Estados Unidos– había sido desplegado a Hawái.
«Estaba triste», dijo él. «Yo no conocía a nadie que fuera sordo, no sabía lenguaje de señas, no sabía cómo ser un buen papá y criar a un niño sordo».
Debido a que Caiden no tenía cócleas, un implante coclear no sería de ayuda. En lugar de eso, sus padres aprendieron el lenguaje de señas, suponiendo que sería la única manera en la que su hijo se podría comunicar.
Entonces, por suerte, Danielle escuchó acerca de una posible solución: un implante en el tronco encefálico auditivo (ABI, por sus siglas en inglés).
Un ABI consiste de un micrófono y un transmisor en la cabeza, el cual convierte los sonidos del mundo externo en señales eléctricas. Esas señales eran transmitidas a un receptor interno fabricado de electrodos, implantado en el tronco encefálico. Las neuronas auditivas son estimuladas directamente en el cerebro, omitiendo el oído interno por completo.
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Fuente: CNN