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Un Nuevo Orden Sanitario Global

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Un Nuevo Orden Sanitario Global



 
 La lucha contra el covid-19, esfuerzo solidario de muchos, parece un «trabajo de Sísifo», por la constante torpeza y desidia de algunos gobernantes y responsables políticos.

 

 

En entregas recientes a la columna de opinión de El Nacional (18 y 29 de abril de 2021 y con este mismo título), el jurista y profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales Jesús Eduardo Troconis Heredia nos ha ilustrado sobre la comunidad internacional –Estados y organizaciones internacionales– desde la perspectiva jurídica de los derechos humanos y su compromiso de contribuir a erradicar la mísera situación pandémica, mediante la puesta en vigor de un Nuevo Orden Sanitario Global.

 

 

Criterios científicos válidos de los franceses Marius Belles, físico, y Daniel Arbos, biólogo, acusan a las bacterias y virus como los más «grandes asesinos de la Tierra».

 

 

Estos organismos también forman parte de la biodiversidad, han convivido con nosotros, mutando, sin interrupción. Las pandemias reinciden, una inquietante realidad en un mundo globalizado, que debe tomar posición titular en la agenda salvadora de la humanidad. El cambio climático, otra de las mayores amenazas de nuestra existencia, entra en escena.

 

 

Jesús Eduardo Troconis afirma que en uso de sus potestades, los Estados y las instituciones especializadas, regionales o universales, han cumplido la  heroica tarea de elaborar programas para erradicar de la faz del planeta semejantes desgracias.

 

 

Posiblemente en breve tiempo ocurrirán hallazgos contra la mortalidad del SARS-CoV-2. Antes, no obstante, sufriremos ansiedad y desánimo debido a la aparición de nuevas cepas, la británica, la brasileña o la india; la esterilidad de los debates políticos y el estallido social en los países de menor desarrollo, los más vulnerables. Empero, hemos recibido estímulos alentadores en el combate. El presidente Joe Biden ha decidido suspender las patentes de las vacunas, una medida adecuada, recibida con entusiasmo por la Unión Europea.

 

 

Durante los últimos 150 años hemos asistido a un crecimiento exponencial de la ciencia, con base en dos hechos: primero, los científicos apoyados en el legado de sus antecesores lo han mejorado. Segundo, se ha otorgado la primacía a la integración del equipo multidisciplinario ante el trabajo individual.

 

 

El desacierto ha estado en darle prioridad a la carrera espacial, sin menoscabo de su valor. Ya se han enviado artilugios idóneos para dar una vuelta al sistema solar. Asimismo, la industria armamentística no declina su adelanto. No puede culparse a Albert Einstein por su famosa fórmula e=mc2, eje de la mayor destrucción causada por un arma militar, tampoco la Segunda Guerra Mundial es atribuible a su inteligencia.

 

 

Así, la investigación acerca de la biodiversidad y de los ecosistemas fueron relegados. De los virus sabemos la multiplicidad de especies. Una pequeña cápsula, 0,75 micras, capaz de replicar en la célula huésped la molécula protectora de su código genético. Impedirlo requiere un programa de investigación que provea su defensa.

 

 

Coetáneo, el estudio de los ecosistemas nos arma para afrontar el cambio climático, que junto con la pandemia conforman los mayores desafíos del siglo XXI.

 

 

Con todo, somos incapaces de predecir terremotos y tsunamis, que pueden provocar varios cientos de miles de fallecimientos en un único evento. El tsunami de 2004 en Malasia se llevó por delante la vida de 275.000 personas, sin contar los desaparecidos.

 

 

Surge entonces la interrogante: ¿estamos influyendo con nuestra presencia en la biosfera? Una gran mayoría piensa que la respuesta es afirmativa. Paul Crutzen, Nobel de Química 1995 por sus estudios sobre la influencia de la capa de ozono, pronunció el término «Antropoceno» en  una conferencia en el año 2000 y desencadenó un intenso debate sobre la interacción del hombre y el medio ambiente.

 

 

Venimos observando cambios en la temperatura, en la duración de las estaciones, fenómenos meteorológicos que se están suscitando cada vez con más frecuencia. Un ejemplo reciente es Filomena, que cubrió de nieve las calles madrileñas de Goya, Lagasca y Velázquez. Lo cierto es que el peligro acecha, a propósito, las conclusiones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático  de la ONU.

 

 

La supervivencia exige prudencia y cordura a fin de evitar que el clima llegue a una situación insostenible; el covid-19 sería anecdótico delante de la devastación por el ascenso de dos grados en la temperatura del planeta, a causa de la emisión de los gases de efecto invernadero.

 

 

Ha podido comprobarse cómo en un par de meses de confinamiento la polución se reducía al 50% y la vida en el campo se abría paso. Ahora bien, no todo consiste en encerrarse durante un tiempo hasta que la contaminación descienda su nivel, pues la economía se vendría abajo. Son asertivas las advertencias de los economistas.

 

 

No hay que ser pesimistas, con relación a la etapa poscovid, que actualmente acusa un número de muertes superior a 1.600.000 y una cifra que rebasa 156 millones de contagios.

 

 

Tiene sentido entonces la propuesta de crear un Nuevo Orden Sanitario Global, un acuerdo amplio que reúna las voluntades del mayor número de Estados y organizaciones para salvar la vida, la salud, la seguridad y la paz de los 7.730 millones de seres humanos que pueblan el mundo a tiempo real, según las estadísticas de las Naciones Unidas.

 

 

El ave fénix renacerá de sus cenizas. Venceremos.

 

Editorial de El Nacional

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