Desde ayer comenzó la peregrinación latinoamericana a La Habana para celebrar los 89 años de vida de Fidel Castro. Como niños que anhelan un helado una tarde de domingo, van en caravana los fieles de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América a rendir pleitesía a su guía y mentor, el hombre que maneja los hilos que permiten a los títeres moverse como si tuvieran vida propia cuando, en verdad, son el juguete de un dictador egocéntrico, especializado en hundir en la pobreza y la muerte a los pueblos que caen bajo su influencia.
Fidel Castro no ha logrado en estos años de vida un solo triunfo que no sea militar, como ocurrió en Angola y medianamente en Nicaragua. En Venezuela fue derrotado a pesar de haber enviado al frente de la invasión al general Ochoa, a quien luego fusiló por haber seguido al pie de la letra sus instrucciones para hacerse la vista gorda con los “narcovuelos” que cruzaban el espacio aéreo cubano, o cargaban combustible y lanzaban en las aguas territoriales su mercancía que luego iba a ser transportada a Estados Unidos en lanchas rápidas.
Ese ha sido siempre el doble juego de Fidel que nunca da la cara abiertamente o que se escuda en verdades a medias. Dijo decenas de veces que no era comunista y lo era, tal como lo confesó después de consolidar su poder; afirmó que los cubanos habían sido rescatados de las garras del “imperialismo norteamericano” y que él encabezaría el rescate de la dignidad nacional, de la soberanía en la explotación de sus riquezas naturales, que el pueblo cubano en su mandato alcanzaría el máximo y grandioso rango del “hombre nuevo” que sólo el socialismo puede implantar como sistema de gobierno.
Dijo que el pueblo cubano ahora sí podía actuar y hablar como un solo hombre y una sola voz. Lo que no dijo es que esa sola voz era la de él, una voz que no admitía ni crítica ni contradicción alguna tanto en lo político como en lo económico, en lo cultural o en lo militar, en lo sexual y en lo musical.
Cerró cualquier tipo de crítica con una de las frases más estalinistas y dictatoriales que se hayan pronunciado jamás: “Con la revolución todo, contra la revolución nada”. De un solo tajo de filosa espada dividió la sociedad cubana entre fieles y traidores, entre seguidores incondicionales y traidores en potencia a quienes era necesario vigilar, controlar y encarcelar.
Se consideró así mismo como un libertador que rescataría a América Latina de la tiranía de las potencias extranjeras pero, para la historia deja un hecho sorprendente e inolvidable: como mandatario resultó tan cínico que convirtió a Cuba en el único país de este continente con dos bases militares extranjeras establecidas simultáneamente: Guantánamo (Estados Unidos) y las instalaciones de cohetes que Nikita Kruschev (Unión Soviética) colocó subrepticiamente y que luego debió retirarlas deshonrosamente.
Hoy, en su cumpleaños, debería conmemorarse también el día en que Fidel Castro convirtió el Golfo de México en el más grande cementerio cubano del mundo.
Editorial de El Nacional