Ya no encuentran qué material inyectarle al candidato del oficialismo para que llegue renqueando a las elecciones del 20 de mayo. Hay que brindarle un gran aplauso al equipo de asesores porque se las han visto negras para mantener con vida una candidatura no solo con pies de barro, sino de gelatina pura. Todo este espectáculo de pésima factura nos recuerda a esos boxeadores que, en el atardecer de su carrera deportiva, se niegan a retirarse a tiempo y comienzan a dar lástima porque lo único que les queda son sus viejos trucos que no engañan a nadie sobre el ring.
Desde luego que los veteranos empresarios del boxeo saben que, si acaso, esta será su última pelea porque ya nadie quiere acudir a sus lastimosas presentaciones. Les da grima escuchar sus gritos al público pidiéndole que “no lo dejen solo”, que él puede recobrar sus fuerzas de antaño y seguir luchando hasta el final. Pero todos en su partido, y entre sus aliados también, ya saben perfectamente bien que se le acabó la gasolina y que el teatro que monta en cada mitin no anuncia otra cosa que un final desastroso.
Pero mientras pueda hablar y prometer disparates sin ninguna base en la realidad sigue siendo útil para los aprovechadores de su destino. Porque en el fondo ya la revolución se perdió en el peor de los caminos, valga decir, en el derroche, las tracalerías y en los vicios de la corrupción. Lo que puede quedar del viejo proyecto transformador ya está podrido hasta los tuétanos y, si por casualidad, se empeñan en escarbar la tierra más allá de lo aconsejable pueden encontrarse con decenas de cadáveres de los asesinados en los hechos de violencia que ellos mismos provocaron.
Y es que la historia venezolana nunca olvida sus muertos y los reclama con un incomparable tesón y deseo de castigo. No se trata de la vileza brutal de las venganzas, sino de la actuación impecable de la justicia a través del tiempo. La herencia, en actos y riquezas, que dejarán a sus hijos configurarán un expediente que sobrevivirá a cualquier desmemoria, a las tergiversaciones de la historia y a los panfletos de glorificación que hoy se imprimen.
Que el candidato oficialista anuncie como una hazaña que los alimentos que regala a los asistentes a sus mitines es un “dando y dando”, que les refriegue en la cara la situación de su propia pobreza diciendo que a cambio de calmar el hambre que los azota les exige el voto, supera sin duda, hasta más no decir, el cinismo de cualquiera de los peores tiranuelos no solo de nuestra historia sino también de América Latina.
¿Tienen hambre, necesitan medicinas, quieren apartamentos, quieren graduarse sin estudiar? Pues aquí les regalamos los libros de Chávez (¿¿??) para que entiendan sus propias miserias. ¿Quieren dinero? Eso no, solo puedo darles bonos que en nada aumentan su salario verdadero, que reducen sus prestaciones sociales, que próximamente ya nada se podrá comprar sin el carnet de la patria. ¿Y la revolución no nos decía que haría desaparecer la discriminación?
El candidato oficialista se parece a esos ciclistas, atletas o jugadores de beisbol que son héroes hasta que se les descubre que han venido dopándose para ganar galardones inmerecidos. Igual a ti, Nico.
Editorial de El Nacional