Enredada en la telaraña de la dinámica de las grandes empresas, Twitter vive en su particular encrucijada. Su dilema es simple de explicar pero difícil de resolver. Es consciente de que tiene un problema. Uno que, a día de hoy, es muy gordo; su tratamiento demasiado laxo para atajar las malas hierbas. Si la red de micromensajes fuera un terreno cultivable parte de sus flores estarían marchitas y pese a todo daría igual.
La compañía está envuelta en una economía de escala que le impide tomar decisiones radicales. Romper la relación con los usuarios violentos, ser de verdad severo con los «trolls» y los acosadores, eliminar los «bots» que clonan mensajes y sirven en muchos casos de estrategia para aumentar volumen de tráfico a diferentes sites, así como combatir las llamadas «fake news» se llevaría por delante un sistema clave, el crecimiento exponencial de usuarios. Y, por el momento, no está preparada para tomar esta difícil decisión.
Lo que sí ha hecho son promesas. La firma del pajarito azul ha prometido recientemente ser más duros, por ejemplo, con la publicación de fotografías de desnudos sin consentimiento de las personas y acotar en la medida de lo posible los mensajes de odio y violentos. Forman parte de una serie de cambios en los que trabaja Jack Dorsey -fundador y actual consejero delegado- y su ejecutiva según ha publicado la compañía en el blog corporativo. «Demasiadas veces antes hemos dicho que haríamos mejor y prometido transparencia, pero nos hemos quedado cortos en nuestros esfuerzos», señalan.
Esta futura modificación de las políticas de uso de Twitter vienen después del debate generado en torno a la suspensión de la cuenta de la actriz Rose McGowan, quien acusó al también actor Ben Affleck de encubrir los supuestos abusos sexuales del productor Harvey Weinstein, expulsado de la Academia de Hollywood. Se produjo una reacción en cadena en la que los usuarios protestaban por la suspensión de su cuenta. Twitter alegó que bloqueó el perfil por publicar un número de teléfono persona, pero lo cierto es que se enmarca dentro del reguero de críticas que ha recibido la compañía por no hacer lo suficiente para frenar el acoso.
Otro de los frentes abiertos de Twitter son los «bots», programas informáticos con instrucciones automatizadas y programados para publicar periódicamente mensajes. Representan, según datos de la universidad del Sur de California, entre el 9 y el 15% del conjunto total de usuarios, actualmente cifrados en 328 millones. Estos «perfiles» se utilizan para crear una red de usuarios y aumentar el tráfico de una página web pero también para replicar «tuits» de otros usuarios. Pero los casos más graves han sido la estrategia de grupos para intentar influir en las pasadas elecciones presidenciales.
Según una investigación de la web «Politico», durante el periodo electoral que acabó con Donald Trump en la Casa Blanca más de 1.600 de esos «bots» se dedicaron a compartir mensajes extremistas cargados de odio. Se cree que la arquitectura de la plataforma se utilizó por parte de grupos vinculados a Rusia para influir en el electorado, una supuesta estrategia que ya se está investigando por el Senado norteamericano. Twitter, por lo pronto, anunció recientemente que eliminó unas doscientas cuentas con actividad rusa.
Los algoritmos de rastreo de la compañía para detectar una mala praxis y abuso de los términos de uso del servicio no son lo perfectos que se esperaría de ellos. Desde Bloomberg apuntan que hay otro problema adicional; muchos de esos «bots» rusos no son programas informáticos, sino usuarios en nómina, por lo que la detección es «más difícil». De ahí que cuanto más se reduzca la presencia de cuentas falsas y «bots», menor será la base de usuarios activos mensuales, la métrica más valorada por Wall Street.
ABC