El pasado lunes 7 de diciembre, el candidato que lidera los sondeos para presentarse por el Partido Republicano a las elecciones presidenciales en Estados Unidos pidió un «bloqueo total y completo de la entrada de musulmanes en Estados Unidos». Por supuesto, me refiero a Donald Trump. Como dijo Jeffrey Goldberg en Twitter, «Donald Trump es ahora una amenaza real a la seguridad nacional. Está dando a los yihadistas munición para su campaña por demonizar a los Estados Unidos».
A raíz del cambio que propone Trump para América, en The Huffington Post hemos decidido cambiar nuestro enfoque y cobertura sobre el candidato. En julio,anunciamos nuestra decisión de incluir los artículos sobre Trump y su campaña presidencial en nuestra sección Entretenimiento en lugar de en nuestra sección política. «El motivo es simple», escribían Ryan Grim y Danny Shea. «La campaña de Trump es una atracción de feria».
Desde entonces, su campaña ha estado a la altura. Pero, a partir de sus recientes palabras sobre el bloqueo, se ha transformado en algo más: en una fuerza fea y peligrosa en la política estadounidense. Así que no informaremos sobre su campaña en la sección Entretenimiento; lo cual no quiere decir que vayamos a tratarla como una campaña normal.
En julio tomamos esta decisión porque nos negamos a aceptar la idea -basada simplemente en los sondeos- de que la candidatura de Trump era en realidad una propuesta seria para gobernar el país. Seguimos creyendo en esto -y así seguiremos tratando su campaña-, pero han cambiado mucho las cosas.
Efectivamente, desde el principio no han faltado comentarios desagradables en su campaña, comenzando por los mexicanos, de quienes dijo cosas indignantes. No obstante, al principio, esta xenofobia desmesurada -aunque fuera desagradable- tenía un toque de insulto cómico revenido. Ahora que Trump, ayudado por los medios, ha duplicado la crueldad y la ignorancia que definieron los primeros días de su campaña, la novedad y los «¿te puedes creer lo que ha dicho?» se han coagulado y transformado en algo repelente y amenazante, dejando al descubierto un aspecto muy inquietante de la política estadounidense.
Creemos que la forma en que cubrimos la campaña también debería reflejar este giro. Y parte de ello implica recordar a nuestro público quién es Trump y qué representa realmente su campaña.
Como observaba recientemente Jay Rosen:
«Hasta este año no nos habíamos dado cuenta de hasta qué punto el papel de la prensa en las campañas presidenciales reposaba sobre una idea preconcebida, compartida por la clase política y toda la máquina electoral, de las reglas que se debían seguir y las consecuencias para quien las violara […]. Esta idea rara vez se ponía a prueba, ya que el riesgo parecía demasiado elevado, y los encargados de las campañas -estrategas, les llaman- eran profesionales con aversión al riesgo».
Esto es, la mayoría de los políticos sabían no decir cosas disparatadas ni ofensivas porque sabían que serían castigados por ello. Rosen prosigue: «Estos pensamientos ahora se han desmoronado porque Trump ha ‘testado’ y violado la mayoría de las reglas, y aun así sigue ganando en las encuestas».
Sin embargo, esto no significa que en los medios debamos permitir que Trump o quienes sigan sus pasos se vayan de rositas. Así que, al informar de su campaña, recordaremos constantemente al público qué es lo que él defiende, citando referencias y proporcionando enlaces y fuentes.
Por ejemplo:
1) Su entusiasmo por crear una base de datos de todos los musulmanes en Estados Unidos.
2) Sus continuas mentiras sobre los musulmanes de Nueva Jersey celebrando el 11-S.
3) Su estatus como principal conspiranoico sobre el lugar de nacimiento de Obama y su legitimidad como presidente de los Estados Unidos.
4) Su misoginia, sobre la que hemos escrito mucho…
5) Su xenofobia y el uso de inmigrantes como chivos expiatorios, incluidas sus mentiras sobre los inmigrantes mexicanos y su ardiente deseo de deportar a millones de inmigrantes indocumentados.
6) Su indiscutible pasión por el bullying. De nuevo, podríamos citar numerosos casos, pero podría servir de ejemplo la burla que hizo de un periodista discapacitado del New York Times.
Nos alegra descubrir que no estamos solos en nuestro deseo por presentar a un Trump sin eufemismos, sin barnizar. La semana pasada, Dana Milbank, del Washington Post, escribió sobre ello en una columna: «Hablemos sin pelos en la lengua: Donald Trump es un racista y un chovinista». Y siguió respaldando esta postura -lo cual no es complicado-, que es lo que debería hacer cualquier periodista con interés por contar la verdad a sus lectores.
Por tanto, si las palabras y las acciones de Trump son racistas, las llamaremos racistas. Si son sexistas, sexistas. No nos amilanaremos ante la verdad ni nos distraerá su apariencia de showman.
Obviamente, Trump no es el único candidato que suelta mensajes extremos e irresponsables, pero está en una posición única teniendo en cuenta toda la cobertura que obtiene de los medios, desde Meet the Press hasta Saturday Night Live. Al no llamar a la campaña de Trump por su nombre, muchos medios, adictos al tráfico y los clics que generan las noticias sobre él, han estado legitimando sus terribles puntos de vista.
Como hemos visto en la carrera republicana hasta ahora, los peores comentarios de Trump no caen en saco roto. Afectan al tono de la conversación, moviendo frecuentemente la línea entre lo que se considera habitual y lo que se considera un extremismo vergonzoso e inaceptable.
Por tanto, no sólo informaremos sobre las peculiaridades de la campaña de Trump, sino también sobre el desastroso impacto que sigue teniendo en otros candidatos… y en el debate nacional.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de ‘The Huffington Post’ y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano