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Trump puede triunfar, ¿y entonces?

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Trump puede triunfar, ¿y entonces?


 
 
 
Estos pasados días, ya transcurridas las convenciones de los partidos Demócrata y Republicano, ha comenzado a percibirse un evidente giro en las opiniones acerca del probable resultado electoral de noviembre en Estados Unidos. La aparente seguridad de los que pronosticaban una fácil victoria para Joe Biden, ha empezado a resquebrajarse. Las dudas se multiplican, la perplejidad aumenta, las vacilaciones y titubeos invaden los textos de comentaristas que hasta hace poco anunciaban que a Donald Trump le aguarda una especie de decapitación simbólica, como punto culminante de su mandato de cuatro años.

 

 

Ello no nos sorprende. Hemos venido sosteniendo en este espacio editorial que si bien las circunstancias son, en diversos aspectos, distintas a las que prevalecieron en 2016, varios factores fundamentales y análogos a los de entonces continúan presentes. De un lado, el pernicioso efecto que la incesante campaña anti-Trump, por parte de la mayoría de medios de comunicación estadounidenses, produce en un Partido Demócrata que acaba por escuchar tan solo el eco de su propia voz, perdiendo de vista los anhelos de amplios sectores del electorado. De otro lado, y como consecuencia de lo anterior, a los demócratas les persigue la carencia de propuestas que aborden de manera persuasiva las inquietudes reales de mucha gente, así como de una visión amplia que responda de manera sencilla y clara a la pregunta: ¿adónde esperan conducir a Estados Unidos? El partido de Kennedy, Johnson, Carter, Clinton y Obama ha sucumbido al predominio de una estrecha agenda “progre”, que bloquea su campo de visión.

 

 

Pareciera igualmente que el severo trauma generado por la inesperada derrota de 2016, sigue acosando como una pesadilla a los demócratas, y les impide asimilar que el triunfo de Trump tuvo raíces sociológicas y políticas dignas de un análisis sosegado, del que se deberían extraer lecciones. No fue el resultado de 2016 una especie de fenómeno cósmico o misterio sobrenatural, y tampoco han pasado en vano los cuatro años de Trump como presidente. La verdad irrefutable es que Trump ha sido un generador de cambios que han transformado, para bien o para mal según el juicio de cada quien, el panorama político de Estados Unidos, con palpable impacto en un plano global. Ante esto, el Partido Demócrata se ha refugiado en una reacción moralista, que quedó evidenciada en su conferencia nacional de hace pocas semanas; una reacción moralista que Joe Biden ha articulado en una frase digna de un predicador religioso y no de un político veterano, de acuerdo con la cual Trump encarna “el lado oscuro de la humanidad”.

 

 

Esta actitud obsesiva, psicológicamente comprensible pero políticamente estéril, ha tenido ocupado al Partido Demócrata por casi cuatro años, intentando sacar a Trump de la Casa Blanca por todos los medios y persiguiendo gatos negros a través de un túnel sin iluminación: “Rusiagate” (una farsa), juicio político o impeachment (otra farsa), y demás inventos que desgastaron a todos los involucrados sin beneficiar en nada al país. Aun antes de que se juramentase Trump como presidente, los demócratas comenzaron a comportarse como si su elección, constitucionalmente válida, hubiese sido ilegítima, con base en la convicción de que Trump no es en verdad un ser de carne y hueso sino un mal sueño, un inexplicable engendro de un universo distinto al nuestro.

 

 

Dicha convicción guía ahora la campaña electoral de Joe Biden, a quien Hillary Clinton aconsejó hace unos días que “bajo ninguna circunstancia” acepte el resultado de noviembre, si este último le es desfavorable. Sin quedarse atrás, la señora Nancy Pelosi declaró a continuación que Biden no debe participar en los programados debates electorales con Trump, pues esto equivaldría a concederle legitimidad. ¿Cuál legitimidad, cabría preguntarse?

 

 

Creemos que algo muy negativo, muy venenoso y por ello muy peligroso está fraguándose en Estados Unidos. Conviene advertirlo a tiempo. Pensamos que Trump tiene chance de ganar en noviembre. Tal vez no ocurra así, tal vez Biden logre derrotarle, pero tratando de ser fríos, analíticos y objetivos, nos percatamos cada día que pasa de que el Partido Demócrata y su candidato no la tienen fácil, y que las probabilidades de una victoria de Trump tienden a acrecentarse.

 

 

Desde luego, cabe siempre recordar que en dos meses, desde hoy hasta noviembre, pueden pasar muchas cosas, y cabe repetir lugares comunes de ese estilo para cubrirse las espaldas. No obstante, insistimos que el horizonte electoral en Estados Unidos está moviéndose. Trump puede triunfar, y si así ocurre, si lo hace en los términos que señala la Constitución, ¿qué harán entonces Biden y los demócratas? Si Trump, como ha venido argumentando por años el Partido Demócrata, es el poder maléfico que pintan, la fuerza destructora y corruptora que indican, el duende perverso que designan; si Trump es todo eso y más y sin embargo es reelecto, ¿qué pasará entonces?, ¿cómo actuará la oposición? Pensamos que la pregunta es válida, en vista de las circunstancias que están configurándose y sus inquietantes implicaciones.

 

Editorial de El Nacional

 

 

 


 
 
 
 

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