Calificados voceros de la diplomacia europea creen que esta vez los representantes de Nicolás Maduro en la anunciada negociación –no de la organización criminal transnacional– han mostrado verdadero interés en buscar una “solución” a la crisis venezolana. Pero no hay que ser ingenuos: cualquier acuerdo al que se llegue con las fuerzas democráticas para la gobernabilidad de Venezuela va a requerir la validación de las otras facciones regentes en el país, que demostraron su poder en los recientes acontecimientos del estado Apure, donde quedó mancillado el honor de la otrora admirada Fuerza Armada Nacional.
Si la comunidad internacional coincide en que la solución para la crisis venezolana es pacífica y electoral, los términos que la definen deben surgir de la negociación facilitada por el reino de Noruega. Lo contrario es someter a las fuerzas democráticas a un diálogo en condiciones desfavorables. Sería como si en una guerra uno de los ejércitos negocia con el otro siendo atacado. Por lo tanto, es importante reflexionar sobre lo que expuso esta semana en su artículo de opinión nuestro columnista Antonio de la Cruz: ¿podemos en estas circunstancias negociar sin que haya una tregua electoral?
Las megaelecciones de gobernadores, asambleas legislativas, alcaldes y concejales, fijadas para el 21 de noviembre, deberían ser el resultado del pacto de salvación nacional. Si el régimen usurpador le da una patada a la mesa –como lo ha hecho hasta ahora– a principios de septiembre la oposición tendrá que tomar la difícil decisión de participar o no participar, una de las cuales podría debilitar la legitimidad de Juan Guaidó, quien aún es reconocido por más de 50 países.
Entonces, para que el Mecanismo de Oslo llegue a feliz término hay que declarar lo que en inglés se conoce como un ceasefire (alto el fuego) electoral en Venezuela. Es una condición necesaria.
No hay que perder de vista que en este momento toda la logística operacional de un evento electoral está en manos de funcionarios del régimen que solo han sabido aplaudirle al jefe cada una de sus gracias, empezando por el ministro de la Defensa, general Vladimir Padrino.
Si fue posible una tregua entre Israel y Hamás, por qué no repensar las estrategias de las partes que van a sentarse a negociar la restitución de la democracia en el país. Hay que exigir el cese de cualquier comicio y que el chavismo deje ver su disposición a alcanzar un acuerdo. En la oposición es obvia esta aspiración. Así que el nuevo Mecanismo de Oslo es una oportunidad de cambio, ¡ya basta de la indolencia del régimen! El pueblo está sufriendo, ¿es que acaso no les importa? Queremos darles el beneficio de la duda…
Ceasefire, tregua, alto el fuego electoral, pónganle el nombre que más les guste, pero esa condición es indispensable para seguir avanzando hasta garantizar el bienestar de los venezolanos.
Editorial de El Nacional