El 18 de marzo de este año en una nota de esta sección editorial bajo el título «El poder del Tren» se abordó la irregular e inaudita situación en el Centro Penitenciario de Aragua, que está ubicado en la población de Tocorón, a un centenar de kilómetros de Caracas. La cárcel de Tocorón, así se le conoce, que de inmediato remite, o remitía, a la fortaleza de una banda criminal, conectada con el poder político y cuyos tentáculos se extienden hasta Chile.
La periodista e investigadora Ronna Rísquez, que pudo entrar en la también llamada Casa Grande, expuso con rigor y abundantes testimonios lo que ocurría puertas adentro del recinto carcelario en el libro El Tren de Aragua: la banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina, publicado por Editorial Dahbar en febrero de este año.
Lo que se cuenta en el texto de Rísquez parece el guion ampliado de una película de Stallone o Schwarzenegger. Una prisión en control absoluto y permanente de los reos. Del Tren de Aragua, del “Niño” Guerrero, el pran de los pranes, el supercapo.
Bajo la aparente protección del Estado, en Tocorón se asentó y desarrolló esta transnacional del crimen —sicariato, tráfico de personas, prostitución, drogas, explotación minera, integran su línea de negocios—, cuyas secuelas violentas se sienten en Colombia, Ecuador, Perú y Chile. En Tocorón funcionaba una discoteca, hay un campo de beisbol con césped de grandes ligas, zoológico, caballos, una cochinera y hasta familias completas hacían su vida allí. El millar largo de presos pagaban además un «impuesto» a los amos de Tocorón.
Videos y fotos que circularon sin censura alguna por las redes daban buena cuenta de ese mundo paralelo, inconcebible, en las narices de estos revolucionarios lampiños que mandan en Venezuela. El Observatorio Venezolano de Prisiones alertó muy pronto en 2010 —incluso antes de que Maduro se sentara en Miraflores— de lo que ya se sabía de Tocorón. Pero para ser benévolos, convengamos en que el señor Maduro y su tren… ejecutivo se «enteraron» de la transnacional del crimen después del libro de Rísquez. Aún así, se tomaron siete meses para desplegar la semana pasada a un contingente de 11.000 hombres armados para retomar el control de Tocorón.
La voz del señor Maduro, con la seriedad que lo caracteriza, echa el cuento para confirmar lo que todo el mundo sabía. «Va la primera fase que ya conocemos de una operación civico-militar-policial Gran Cacique Guaicaipuro, ahí va Guaicaipuro adelante, viéndolo todo. Se hizo de manera impecable teniendo en cuenta la gran cantidad de irregularidades que había en ese centro penitenciario. Estaban 200 mujeres con sus respectivos hijos viviendo ahí. Lo primero que vio la fuerza policial militar fue a un grupo de presidiarios que se rindió y dijo: Tengan cuidado, hay mucha gente familia ahí”. Maduro calificó de exitosa la primera fase porque ya Tocorón está liberado. La segunda es la captura de los verdaderos jefes de la cárcel.
Un soplón, dijo, puso en aviso al Niño Guerrero y sus subordinados que se dieron a la fuga. El Observatorio Venezolano de Prisiones, sin embargo, contradice esa versión cuando asegura que la toma de la cárcel fue negociada, lo que para muchos resulta más creíble.
“Se llegará hasta las últimas consecuencias”, prometió Maduro, que pidió ayuda a los gobiernos de Colombia, Ecuador, Perú y Chile para atrapar a la banda criminal.
La “liberación” de Tocorón evidencia la absoluta incompetencia de los servicios penitenciarios y la ausencia del Estado en la custodia de los privados de libertad. Aunque no se admite, se sabe que solo se actuó cuando a esos gobernantes que ahora se les pide cooperación denunciaron la “exportación” del crimen desde una cárcel venezolana que se supone una entidad estatal donde impera la ley. Es, además, una operación burlada porque el Tren de delincuentes sigue rodando.
Parte de las municiones incautadas durante la toma de la cárcel de Tocorón / Foto AFP